Zúrich (Suiza).- Necesitada de credibilidad, la FIFA afronta este viernes una completa reestructuración con la que pretende alejar el estigma de la corrupción, que desembocará en la elección de un nuevo presidente, el noveno de su historia, y pondrá fin a casi dos décadas de «reinado» de Joseph Blatter.
Para atajar la mayor crisis desde su fundación hace 112 años, la FIFA se reinventa y echa al cierre al «blatterismo», la personalista forma de gobernar la institución que tuvo el dirigente suizo. Afable en la distancia corta y buen político, Blatter convirtió la FIFA en una multinacional, puede que la más rentable, que le otorgó consideración casi de jefe de Estado allí donde iba.
Bajo el mandato de Blatter, la FIFA llegó a todos los rincones, universalizó el fútbol, dio visibilidad al balompié femenino y se involucró en el desarrollo de proyectos de ayuda a países necesitados, pero también generó un volumen de negocio excesivo sin preocuparse por establecer unos mecanismos de control realmente efectivos, que disipasen las tentaciones de «meter la mano en la caja».
Fue menos inflexible con la corrupción que con la prohibición de que sus miembros acudiesen a la justicia ordinaria y, al final, fue esta la que desarmó todo el entramado.
El arresto, el 27 de mayo, de varios de los dirigentes que se encontraban en Zúrich para asistir a la más que previsible reelección de Blatter fue el principio del fin. La escenografía dejó clara que se había acabado la impunidad; de madrugada, con presencia de cámaras, la policía suiza detuvo a varios miembros del comité ejecutivo.
Aun así, Blatter fue reelegido dos días después, pero se vio forzado a presentar su dimisión el 2 de junio, tras la revuelta dentro de la propia FIFA y la retirada en cascada de numerosos patrocinadores.
Pese a anunciar la convocatoria de un Congreso Extraordinario para febrero, del que saldría su sucesor, la recua de detenciones e inhabilitaciones de sus dirigentes ha proseguido, trasladando a la FIFA desde las páginas de deportes a las de tribunales.
En los últimos nueve meses, no ha habido información relativa a la Federación Internacional que no portase el «latiguillo» FIFA-Corrupción, o FIFAgate, adjetivos poco atractivos para las empresas que la financian con su patrocinio.
Con todo eso trata de acabar un Congreso dispuesto a refundar una institución que nació en 1904, con tan sólo siete miembros, y que ha sobrepasado tres lustros del siglo XXI con más miembros que la ONU (209).
De la gravedad de la situación a la que se enfrenta habla bien claro la resolución que, tras ser aprobada por el comité ejecutivo en diciembre pasado, será presentada al Congreso el próximo viernes. «Todas las federaciones miembro de la FIFA reconocen y aceptan que es crucial instaurar reformas para renovar la FIFA, recuperar la confianza en la institución y limpiar la reputación de la FIFA», reza el primer punto del texto, mientras que en el segundo se especifica que las reformas quedan integradas en los estatutos, o lo que es lo mismo: no hay marcha atrás.
Todo ese propósito de enmienda no disipa los temores a nuevas redadas como las de mayo pasado, puesto que la policía suiza tendrá por primera vez reunidos en su país a los dirigentes de las 209 federaciones; una ocasión única.
En cualquier caso, los cambios sobre los que trabajó la Comisión de Reformas 2016, presidida por Francois Carrard y compuesta por otros doce miembros, entre los que está el candidato a la presidencia Gianni Infantino, afectan no sólo al funcionamiento, sino a la propia estructura de la FIFA que dejará de tener un comité ejecutivo para delegar en un consejo formado por 36 personas, más el presidente, la estrategia a seguir.
Este consejo tendrá que contar con al menos seis mujeres, una por confederación. Tanto el presidente como los miembros del consejo podrán estar un máximo de 12 años (3 mandatos), deberán pasar un examen de idoneidad para evitar conflictos de intereses y se publicarán de forma anual sus retribuciones. Las comisiones permanentes, de igual forma, pasan de 26 a nueve.
Con la nueva estructura, el presidente no es ejecutivo ni cuenta con voto de calidad y el consejo tampoco tiene una influencia directa sobre las operaciones comerciales. Es una comisión independiente la que fija los gastos de desarrollo y el secretario general junto a la administración de la FIFA y una nueva figura del jefe de cumplimiento, los que ejecutan esas estrategias. Todo auditado por una comisión independiente.
Se busca, además, una mayor implicación de las federaciones nacionales, que se reunirán en una conferencia anual, y del resto de grupos de interés, incluidos clubes y jugadores, a los que se les da altavoz en una de las comisiones.
En los nuevos estatutos, por último, se hará una referencia expresa al compromiso de desarrollar el papel de la mujer en el fútbol y a garantizar el respeto a los derechos humanos -con lo que se supone que se muestra sensible a las denuncias respecto a las condiciones de los trabajadores en las obras Mundial de Catar-.
El congreso concluirá con la elección del nuevo presidente, un jefe que de acuerdo a la nueva redacción de los estatutos «representará a la FIFA de forma general y tendrá por objetivos promover su buena imagen».
Todas estas reformas entrarán en vigor 60 días después de su aprobación por las 3/4 partes del Congreso. El presidente electo comenzará a ejercer una vez concluya el congreso, pasado el mediodía del sábado.
Tras escándalo por corrupción la FIFA emprende su «refundación»
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