Podría decirse de muchas maneras e infinitas formas de nominación; pero, sin duda alguna, la Iglesia Católica transita periodos importantes de transformación y actualización, tanto en su contenido como en su forma.
Las palabras del Papa Francisco, durante la homilía pronunciada en la Basílica menor del Santuario de la Virgen de la Caridad, en la oriental provincia de Santiago de Cuba, definen algunos ángulos de esta realidad: “Nuestra revolución pasa por la ternura, por la alegría que se hace siempre projimidad y compasión y nos hace salir de las casas para servir en la vida a los demás”.
Historias como la de la misionera albanesa Madre Teresa de Calcuta son recordadas cuando de lealtad y verdadera proximidad a los conceptos cristianos se trata: “El amor- dijo la beata -, para que sea auténtico, debe costarnos” y añadió esa frase que tantos enarbolan y ojalá sea con la certeza que ella le imprimió: “Ama hasta que te duela. Si te duele es buena señal”; o esta otra: “Preferiría cometer errores con gentileza y compasión antes que obrar milagros con descortesía y dureza”.
El Obispo de Roma nos hace recordar improntas como estas y otras que han enseñado a respetar “una iglesia que salga de los templos para acompañar la vida, sostener la esperanza”, que “acompañe todas las situaciones embarazosas de nuestra gente, comprometida con la vida, la cultura, la sociedad”, declaró Francisco.
Si los pasos del Papa son seguidos con la verdadera humildad, unidad y misericordia que anuncia el Sumo Pontífice, no hay duda de que presenciamos la existencia de una Iglesia nueva, donde los pederastas y “negociantes del templo” no tienen espacio posible, porque la función esencial de esta poderosa institución será siempre la de “tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación e involucrarse, para servirlos, en la vida de los demás”, tal y como proclamó el papa Francisco en Cuba.
Una nueva Iglesia
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