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El síndrome de Anna Karenina: víctimas del amor

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Lev Nicoláievich Tolstói nos dejó una novela que no solo es un clásico dentro de la literatura universal, sino que, además, sirve como reflejo de ese amor más apasionado, intenso y peligroso que acaba siempre en trágicas circunstancias.
 
A la hora de hablar del síndrome de Anna Karenina, no nos estamos refiriendo en absoluto a ese desenlace tan dramático que eligió la protagonista femenina de la novela, sino a esa pasión, a esa unión afectiva donde, en ocasiones, perdemos nuestros propios límites.
 
Hablemos hoy de los peligros de esas pasiones en las que salimos más heridos que beneficiados, relaciones obsesivas muy perjudiciales para nuestra salud.
 
1. El amor apasionado y sus peligros
Se dice que quien ha vivido un amor muy apasionado en el pasado, sigue añorando esa sensación, a pesar del dolor que ha podido sufrir al perderlo. Las emociones intensas nos hacen sentirnos vivos, llenos de sensaciones convulsas donde se entremezcla la atracción física, la unión emocional, el compromiso mutuo y una obsesión capaz de crear un apego donde el “tú y yo” adquieren su máximo sentido.
 
No obstante, hay una serie de peligros que hemos de tener muy en cuenta:
 
El síndrome de Anna Karenina lo sufren aquellas personas que han experimentado algo más que un enamoramiento. Se padece en realidad lo que se conoce como “trastorno afectivo-obsesivo”, y se caracteriza por cierto descontrol personal,  por una dependencia absoluta donde dejamos de ver donde están los límites. Somos capaces de abandonar a los nuestros por esa persona amada, de renunciar a aquello que nos define, de someternos al control del otro solo por tenerlo cerca.
 
El amor que se siente no ofrece una felicidad verdadera, puesto que lo que más se experimenta es angustia: por no tener al ser amado a nuestro lado a cada instante, por desconfiar, por temer ser abandonado o engañado, por pensar que el otro no se ofrece a nosotras tanto como nosotras nos entregamos a él.
 
Poco a poco, perdemos nuestra autoestima, nuestra integridad, nuestro equilibrio emocional. Centrar nuestra vida alrededor de otra persona de modo tan obsesivo supone perder la propia, y no puede haber algo más destructivo.
 
2. Amor apasionado: cómo gestionarlo
 
Todos sabemos que, en las primeras fases de un enamoramiento, es habitual sentir esta pasión tan intensa e indescriptible. No obstante, hay una serie de aspectos que debes tener muy en cuenta para no caer en el peligroso síndrome de Anna Karenina.
 
Reflexiona sobre estas dimensiones:
 
Nunca busques pareja con la idea de “llenar vacíos”, o de complementar esa “otra mitad”. La vida no tiene como único objetivo encontrar a esa “media naranja”. Lo que debemos hacer, en primer lugar, es crecer interiormente, ser personas plenas, equilibradas y maduras capaces de ser felices de forma individual y, a su vez, capaces de dar felicidad a otros. No busques que otros cubran tus vacíos, tus miedos. Se trata de enriquecerse mutuamente en pareja.
 
Ten cuidado con establecer un tipo de apego con tu pareja que no te permita tener libertad, que no te permita crecer o que incluso, haga que pierdas tu integridad o aquello que te caracteriza. Amar es ganar, es crecer, no quitar o limitar. Y las obsesiones nunca son buenas, porque ponen límites a nuestra vida. En el momento en que pongas como prioridad absoluta a la otra persona, irás perdiendo cosas. Dejarás a un lado tus aficiones, a tus amigos, te replantearás incluso tus propios valores. Y todo ello no es bueno. No tienes más que recordar a Anna Karenina y su pasión absoluta por el conde Vronsky. Llega un momento en que incluso deja de lado a su propio hijo.
 
Nunca cometas el error de amar ciegamente. Ama con los ojos abiertos, con el corazón abierto, ama de modo consciente sabiendo todo lo que haces y, a su vez, viendo todo lo que la otra persona hace por ti. ¿Respeta tus necesidades? ¿Te escucha y te tiene en cuenta? ¿Te permite crecer como persona y te ayuda, a su vez, a crecer en pareja? El amor verdadero no es obsesión. Es una felicidad diaria donde ambos miembros de la pareja saben resolver problemas, donde ambos se escuchan, donde se respeta el compromiso, donde no hay celos o desconfianzas, tampoco chantajes.
 
Recuerda, el síndrome de Anna Karenina está muy presente a día de hoy. Ama con intensidad, ama con pasión, pero nunca ciegamente.

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