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San Blas, historia y leyendas

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Guadalajara, Jalisco.- Pocos sitios de playa en el país pueden presumir lo que San Blas, Nayarit. No solamente poseer una belleza natural que ha permanecido intacta a largo del tiempo sino, también, ser parte fundamental de la historia y la leyenda portuaria en el país pues, además de sus playas de singular atractivo, no faltan en la memoria de la comunidad las expediciones de piratas, el paso de los conquistadores en la Colonia y luchas intestinas por la Independencia de México.
 
Ahora bien, a todo lo anterior, este paraíso de la costa del Océano Pacífico a sólo dos horas y media de camino de Puerto Vallarta —a 62 kilómetros al Noroeste de Tepic— suma su agradable clima tropical, la abundancia de aves migratorias de todo el mundo y el que los surfistas lo juzguen un punto importante de aventura, aunque su fama se nutre por igual de la paz y tranquilidad que brinda al visitante y sus célebres restaurantes de mariscos.
 
Siglos de historia
 
Cuando los primeros europeos llegaron a este lugar, habitaban en la región diversas tribus de origen náhuatl y, entre 1529 y 1531, lo que sería en el futuro el Estado de Nayarit fue conquistado por Nuño de Guzmán, personaje a quien se atribuye por igual la fundación del puerto de San Blas que, se dice, recibió su nombre en honor de un monje, Blas de Mendoza.
 
Lo cierto es que durante la época de la Conquista este lugar albergó el más importante puerto español ubicado al Norte del Océano Pacífico, fue fundado como puerto de altura hasta 1768, por Don Manuel Rivero y Cordero, según la consigna emitida por el rey Carlos III de España que le habilitaba como “departamento naval” y, de esa época, proceden los primeros mapas y el conocimiento posterior de las islas y litorales del Mar de Cortés.
 
Del siglo XVIII datan los restos de algunas construcciones ubicadas en el cerro El Basilio, como el edificio de La Contaduría o la Iglesia de Nuestra Señora del Rosario —también llamada ‘La Marinera’—, pero lo esencial es que se trató del puerto más importante del Pacífico Norte para los españoles durante la colonia y ahí se estableció la primera aduana del virreinato en esa costa.
 
Primero que todo, el legado histórico de San Blas ha dejado importantes vestigios y, el primero de ellos es el Fuerte de la contaduría que, edificado en 1760, se ubica sobre el Cerro de El Basilio, lo que le brinda una privilegiada vista al mar; también se puede visitar el Templo de la Virgen del Rosario (construido en 1769) o las ruinas del Fuerte San Basilio —que se fundó en 1530— y la antigua Aduana Marítima, hoy transformada en una Casa de la Cultura.
 
Naturaleza y ecología
 
Es imposible visitar este destino y no considerar sus manglares, entre ellos, el de La Tobara, un extenso manantial de vegetación ubérrima y fauna diversa, ideal para recorrerse en lancha, en paseos que pueden ser largos, embarcándose desde La Aguada, o más cortos, si se sale del embarcadero turístico; ahora, además de la riqueza natural de los humedales, también se cuenta con un restaurante de comida típica.
 
Otra de sus playas es la de Aticama, famosa por sus ostiones frescos, lugar de arena fina y oleaje suave que resulta ideal para nadar en las aguas del Pacífico; cerca de la playa se encuentra un arroyo del mismo nombre, perfecto para ir en familia, tomar baños de Sol o comer delicioso.
 
Además, está Playa Matanchén, con sus siete kilómetros de longitud y su oleaje tranquilo que la hacen un excelente destino para la práctica de todo tipo de deportes acuáticos –como surf, navegación a vela, jet-ski y buceo– o de playa (voleibol o futbol); aunque también es espacial para gozar de un pescado zarandeado o el célebre el pan de plátano, zanahoria y coco. Ahora, si la idea es buscar relajación, Playa Las Islitas es perfecta para ello.
 
Finalmente, el ecoturismo reserva a los observadores de aves un paraíso tropical en San Blas, cubierto de manglares, estuarios, lagunas y playas que le hacen un santuario natural muy importante para aves; es hogar de más de 300 especies, la mayoría de las cuales viven en áreas que accesibles para visitantes y los mejores meses para la observación son de octubre a abril.
 
Aquí es donde sobresale Singayta, a 15 kilómetros del puerto, una ruta ideal para avistamiento de aves donde se puede pasear en lancha a través de los manglares; es ideal también para otro tipo de actividades ecoturísticas como el paseo a caballo, en bicicleta o caminatas entre la selva. Asimismo, se puede visitar La isla Isabel —otro refugio para aves, a 70 kilómetros de ahí—, de origen volcánico y con acantilados e impresionantes playas.

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