Del horizonte de la libertad
Néstor: ¿La ausencia de autocontrol afecta el horizonte de la libertad?
Lorda: Cuando la debilidad se une a la soberbia, el engaño puede llegar a extremos patológicos.
Porque la soberbia no se conforma con una modesta justificación, le molesta la verdad, le molesta quienes dicen cual es la verdad e incluso le molestan los que viven de acuerdo con esa verdad. San Agustín lo explica espléndidamente. «Los que aman otra cosa distinta que la verdad, quisieran que lo que aman fuera la verdad. Como no quieren engañarse, pero tampoco quieren reconocer la verdad, odian la verdad a causa de aquello que aman en su lugar» (confesiones 10,32). Las personas torcidas llegan a perseguir el bien donde lo descubren y lo persiguen con una violencia irracional. Es una perversión porque en lugar de amar lo bueno, como es natural, lo odian. Muchas manías e intolerancias que tienen que padecer las personas buenas tienen esta causa inconfesable.
A la costumbre de guiarse siempre por lo que la conciencia ve, se le llama Rectitud. La rectitud da a la vida humana una extraordinaria calidad y una extraordinaria belleza. Hace al hombre verdaderamente dueño de sus actos y acentúa la personalidad.
Néstor: ¿Vivir de acuerdo con conciencia es vivir en la verdad?
Lorda: Me permito repetir la pregunta: Vivir de acuerdo con la conciencia es vivir en la verdad: en la verdad de lo que las cosas y el hombre son, sin engañarse. Por eso, es manifestación externa de rectitud un gran amor a la verdad. Las personas rectas sienten una aversión profunda hacia la mentira. Les paree horrible. Es algo que quizá no pueden comprender otras personas, porque no le dan importancia. Mentir por miedo a las consecuencias de la verdad ataca directamente el núcleo más personal del hombre, que es su conciencia. No es como tener una debilidad, es como si no se tuviera conciencia.
Néstor: ¿La moral sitúa nuestra libertad?
Lorda: La enseñanza moral nos transmite una serie de preceptos negativos -«no hagas»- que señalan el umbral mínimo de la moral, y también nos transmite preceptos positivos como son el mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.
La moral no consiste simplemente en respetar un conjunto de prohibiciones. Eso es sólo el umbral mismo. Tampoco se le puede pedir que codifique todo lo que está bien y todo lo que está mal. La moral se limita a señalarnos el Marco: lo que debemos tener siempre por debajo y lo que tenemos siempre por encima. Dentro de este marco, hay un espacio para nuestra creatividad.
No nos movemos en un marco teórico, sino en un marco real: estamos situados en el mundo. Por usar la célebre expresión de Ortega y Gasset, en cada uno de nosotros hay que tener en cuenta
«su yo y su circunstancia». Las circunstancias forman parte de nuestra fisonomía moral y sitúan nuestra libertad en el mundo.
Nuestra libertad no es una libertad absoluta. Cuando vinimos al mundo, el mundo ya llevaba hecho mucho tiempo, ya tenía sus leyes, ya estaba lleno de cosas y personas; nosotros hemos venido a ocupar un lugar entre ellas. Por eso no tenemos una libertad absoluta, sino fuertemente condicionada por todo lo que estaba antes que nosotros: por las leyes de la naturaleza, por las cosas y las personas de nuestro entorno. Nuestra libertad no es una libertad absoluta, sino que, como dice Zubiri, es una libertad situada.