Fortaleza del Ejército Nacional. Jimaní 12 de abril de 1960
El cabo Crisóstomo Peláez de la Marina y el sargento del Ejército José Herasme tuvieron una riña contra tres civiles en un cabaret en la ciudad de Jimaní. El jefe de la marina me ordena hacer la investigación.
Estando en la oficina de la fortaleza haciendo los interrogatorios, traen a un joven haitiano que la patrulla fronteriza apresó en el territorio dominicano. Llorando, implorando se pone de rodillas pide que no lo devuelvan para Haití. Que trabaja de todo, conuco, carbón, limpia todo, desyerba, pinta. Está desesperado y al decirle que hoy lo van a llevar a la frontera, grita tembloroso, repite que trabaja de todo durante el día y que en la noche lo metan en la cárcel. Yo no debo intervenir en este caso, si me sorprende su petición desesperada. Le dije que se pusiera de pie y le pregunté. ¿Cómo quieres estar en esa condición de preso antes de volver a tu país donde eres un hombre libre? Ansioso no me deja terminar diciendo: ayer yo comí dos veces, ya hoy comí. Allá no como nada, no hay trabajo, me muero de hambre, déjame, déjame. Esto me entristece. El capitán ordena llevarlo para el patio para luego decidir.
Al regresar de Jimaní pensaba en los millones de hambrientos en la frontera y me pregunté. ¿Qué sucederá cuando el jefe ya no esté mandando?
El hambre que azota como fuerza social, es capaz de impulsar como este hombre, los grupos humanos por los caminos más extraños, de conducirlos ciegamente en las direcciones más inesperadas, por poco que actúe en ellos la esperanza de satisfacer por algún medio su necesidad desesperada de comer.
Este hambriento deja ver con claridad que hay que luchar contra el hambre y su eliminación de la superficie de la tierra es un objetivo plenamente alcanzable dentro de los límites de la capacidad de los hombres y las posibilidades de la tierra. Solo es preciso conseguir una mejor adaptación de los hombres a las tierras que ocupan y una mejor distribución de los beneficios con que la tierra acostumbra gratificar a los hombres. La batalla contra el hambre es una necesidad que se nos impones cuando se analiza en forma realista la situación política y económica del mundo. Haití es un foco de miseria que afecta nuestro territorio.
Mucha gente piensa que la pobreza y la miseria son una necesidad y una fatalidad. Sí, hay muchos que desean que siga habiendo hambrientos y miserables porque juzgan que el hambre y la miseria son condiciones indispensables para la riqueza y abundancia de que quieren seguir disfrutando. ¿Por qué no se hace un esfuerzo para extirpar del pensamiento la idea errónea que considera la economía como un juego en el que unos tienen que perderlo todo para permitir que otros lo ganen todos? Hay que hacer la economía un instrumento de distribución equilibrada de los bienes de la tierra, a fin de que nadie pueda aplicarle la amarga definición que de ella daba Carlos Mark cuando la llamaba “la ciencia de las miserias humanas”.
Han quedado en mi mente la narración histórica que la erudición y conocimientos del corazón humano nos ofrece Plutarco de los hombres más ilustres de la antigüedad clásica. De esas cincuenta biografías, pienso en Cimón (515-410 ac.), el griego, quien en ayuda de los hambrientos quitó las cercas de sus posesiones para que los forasteros y los ciudadanos más necesitados pudieran tomar libremente los frutos que necesitase. En su casa podían entrar cada día los pobres y sentarse a la mesa donde había comida sin tener que ganarla con su trabajo. También si un ateniense anciano con pobres ropas llegaba a Cimón, cambiaba con él las suyas. Gustaba ir a las plazas con dinero en abundancia y acercándose a los pobres les introducía secretamente algunas monedas en las manos.
El humanismo de Cimón, me refresca la memoria y veo a Licurgo rey de Lacedemonia (siglo IX a.c.), famoso por sus muchas innovaciones motivadas a eliminar el hambre y la terrible desigualdad y diferencia, por la cual muchos pobres necesitados sobrecargaban la ciudad y las riquezas se acumulaban en muy pocas manos. También propuso desterrar las dos mayores y más terribles males. La riqueza y la pobreza. Así presentando al país todo como vacío, se repartiese de nuevo, y todo viviesen entre sí uniformes e igualmente arraigados, y diciendo y haciendo. Distribuyó a los del campo el terreno de Laconia en treinta mil suertes, y el que caía hacia la ciudad de Esparta, en nueve mil suertes. La suerte de cada uno era lo que se juzgó podría producir una renta que era para el hombre setenta fanega. Licurgo vivió la alegría un día que volviendo de un viaje al país, en tiempo que acababa de hacerse la siega, al ver las pavas emparejadas e iguales, sonriéndose había dicho a los que allí se hallaron: “toda la Laconia parece que es de unos hermanos que acaban de hacer sus particiones”.
Este viaje a Jimaní me marcó con la inmensa carga de pensamientos por esa tragedia humana. Analizando la situación veo un gran problema para nosotros los dominicanos. El día que el jefe desaparezca surgirá la invasión pacífica, miles de haitianos caminando para establecerse en las praderas y ciudades.
No me detengo y he comenzado a estudiar con profundidad al vecino pueblo cuya historia desde Toussaint hasta hoy nos presenta una desfavorable situación. Un país donde solo cinco familias poseen todas las riquezas está condenado al subdesarrollo, con su secuela de hambre, insalubridad y analfabetismo, en las más míseras situaciones.
Si los hombres se encontraran así mismo fueran sencillos en sus hábitos, viviendo en armonía con las leyes de la naturaleza, habría abundancia de producciones para las familias humanas, menos necesidades y más oportunidades para trabajar en las cosas de Dios. Veo aquí a mí alrededor el egoísmo y la complacencia del gusto antinatural que crean pecado y miseria en el mundo.
La producción de las cosechas de la tierra Dios está obrando un milagro cada día, mediante los agentes naturales se realiza la misma tarea que se hizo en la alimentación de la multitud con la multiplicación de los peces y panes. Los hombres preparan la tierra y siembran la semilla, pero la vida de Dios hace que la semilla germine. Es Dios que alimenta todos los días a millones con las cosechas de la tierra. Los hombres atribuyen su poder a causa naturales o al trabajo humano. El hombre resulta glorificado en lugar de Dios, y los dones bondadosos de Cristo se convierten en una maldición en lugar de una bendición. Yo pienso mucho, mucho en Dios y creo él desea le reconozcamos en sus dones. Con el propósito de lograr este fin, nos envió a Cristo para que realizara los milagros. Si el hombre busca a Dios, el hambre desaparecería, Dios hace que el hombre ame al hombre. Este amor es el gran ausente.
El autor es vicealmirante retirado de la Armada Dominicana.
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