Fue el 17 de junio, pero del año 1905, cuando falleció el Generalísimo Máximo Gómez Báez, a la edad de 68 años, rodeado de familiares, amigos, admiradores y con un cúmulo de cartas que yacían en su buró de trabajo, desplegadas y encendidas por el amor que cubanas y cubanos le enviaban desde cualquier parte del territorio nacional.
Lejos estaba de imaginar el hombre nacido en el Baní dominicano, que su nombre estaría unido de manera indeleble a la historia de Cuba. Fue un día de junio de 1865, cuando llegó a costas cubanas junto a su madre y hermanas, cargando el recuerdo de la tierra que lo había visto partir tras la triunfante Revolución Restauradora contra la anexión a España.
Le acompañaron desde entonces días difíciles al entonces oficial de las Reservas Dominicanas, aprendiz insuperable de las nuevas realidades, que implicaban la esclavitud del negro, la discriminación hacia la población mulata y la explotación en general de los amplios sectores, grupos y capas pobres de la mayor de Las Antillas.
Gómez creció en espíritu, conocimientos y experiencias, ganó el respeto de quienes al principio no creían en él y repetían que “para mandones sobramos”. Fue bravo y asombró al mundo con sus intrépidas cargas al machete, escabulléndose entre constantes marchas y contramarchas con la genialidad del estratega.
General fiero, indomable, que se estremecía al contemplar un álbum con fotografías de niños, que gustaba de la poesía, la pintura y la música, que escribió pequeñas, pero profundas obras literarias como La fama y el olvido, El sueño del guerrero, El porvenir de las Antillas, El viejo Eduá, Mi escolta, por sólo citar algunas.
A este hombre inolvidable, al gran jefe militar que rechazó la presidencia de la República de Cuba, al de la herida en el cuello tras el cruce de la trocha militar de Júcaro a Morón en 1875, al que vivió el infortunio de El Zanjón y protagonizó la firma del Manifiesto de Montecristi, junto a José Martí, a quien sufrió con desgarrador suspiro las muertes de su hijo Pancho y el mayor general Antonio Maceo Grajales; a quien fundió como pocos los lazos históricos entre Cuba y República Dominicana, a aquel que dijo: «Yo no puedo vivir ni en Cuba ni en Santo Domingo como extranjero, teniendo dentro del pecho.
un corazón cubano y dominicano», a ese grande de nuestra historia, rendimos tributo en este día y siempre.
Adiós al banilejo cubano
LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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