Considerados estos días fechas trascendentales, y de devoción popular en el mundo entero, las familias dominicanas conmemoran la Semana Mayor y, especialmente, el Viernes Santo, reverenciado como día de pasión y muerte de Jesús Cristo, siervo de Dios y representado como el Cordero que se sacrifica por la salvación de todos y todas.
Todos estos días simbolizan las principales celebraciones litúrgicas del Cristianismo y reconocen, además, a Jesús, no como un vencido sino como vencedor, empeñado en cambiar el mundo y hacer del amor y el perdón sus mejores y fructíferas herramientas.
El pueblo dominicano, como se conoce, es en su mayoría católico. La mayor parte de sus dirigentes políticos, empresarios, ministros y cuantos blanden el poder, esgrimen el nombre de Dios en sus actuaciones y sería plausible que en la intimidad de su hogar, frente al buró de trabajo, en la oficina o, simplemente en los momentos de obligada reflexión, esta persona comprometida con su pueblo medite en el sacrificio de Jesús y acerca de cuánto de su existencia se convierte en impronta digna de ejemplo para las generaciones que dependen de sus decisiones.
Que este miércoles, jueves y viernes Santo, el Sábado de Gloria y el Domingo de Resurrección adquieran ese matiz de reflexión y recogimiento, donde cada ser humano medite en torno a sus actitudes y observe en sí mismo si su actitud cotidiana consuma la voluntad del Padre, tras el sacrificio del hijo.
Quizás estemos a tiempo de preservar esta bella tierra, que en esencia es un país de paz, no de violencias, corrupciones y muertes y mucho menos de “mercaderes” dispuestos a negociar en el templo, olvidando los mandatos inquebrantables de servir, amar y convertir sus horas en verdadero ejemplo ante quienes les han elegido para otros fines.
Días santos…
LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
Story
Page