Durante el franquismo España no fue indiferente a la explotación política del fútbol. Con la llegada al poder del Caudillo tras la Guerra Civil (1936-1939) comenzó la instrumentalización política del fútbol.
La Delegación Nacional de Deportes (DND) −cuyo lema era «haga deporte y mejore la raza»−, dependiente de la Secretaría General del Movimiento y a cuyo frente estaba el general José Moscardó, fue creada con la finalidad de utilizar el deporte como exhibición internacional de la virilidad hispana al estilo de los regímenes totalitarios de Italia y Alemania en los decenios 1930 y 1940.
Los futbolistas españoles, al igual que sus vecinos italianos y alemanes, se alineaban antes de cada encuentro con la palma extendida en alto para entonar el Cara al Sol y gritar « ¡Arriba España! ¡Viva Franco!»: «En la tarde del caluroso domingo del 25 de junio de 1939, el Sevilla y el Racing de El Ferrol disputaron la primera final de la Copa del Generalísimo en el estadio Montjuich de Barcelona. Habían pasado menos de tres meses de la conclusión de la Guerra Civil. Los dos equipos se alinearon antes del comienzo del partido y elevaron el brazo para hacer el saludo fascista. Pocos segundos más tarde por los altavoces del estadio irrumpió el himno de batalla falangista Cara al Sol. Los jugadores empezaron a cantar entusiasmadamente y la multitud que llenaba el estadio pronto les siguió de pie con los brazos en alto y cantando como un solo hombre».
Las manifestaciones políticas fascistas se hicieron aún más evidentes durante el denominado período azul (1939-1945). La camiseta roja de la selección, diseñada por el marqués de Villamejor para la primera participación nacional en los Juegos Olímpicos de Amberes (Bélgica) de 1920, fue sustituida por otra de color azul a fin de evitar cualquier tipo de duda política: «La susceptibilidad de la época llegaba a estos extremos: todo lo rojo quedaba proscrito, aunque fuese en las camisetas del equipo nacional de fútbol, que se sustituyeron por otras azules, más en consonancia con las tendencias cromáticas de los años cuarenta».
Cualquier influencia foránea era tildada de sospechosa, por lo que los clubes que habían adoptado nombres anglosajones por la influencia inglesa también se vieron obligados por orden de 1 de febrero de 1941 a castellanizarse. Entre otros, el Football Club Barcelona pasó a llamarse Fútbol Club Barcelona; el Athletic Club de Bilbao, Atlético Club de Bilbao; y el Sporting de Gijón, Deportivo de Gijón.
Las redacciones de los periódicos también sufrieron los caprichos políticos y tuvieron que emprender un proceso de nacionalización del lenguaje, acomodando los tecnicismos ingleses fuertemente asentados a otras expresiones con acento español. Entre otras, balompié en lugar de football, saque de esquina por córner, juez de línea por linier, árbitro en sustitución de referee, o chut por shoot.
Además de estas medidas era obligatorio que la junta directiva de cada club contase entre sus filas con dos falangistas como mínimo.
El equipo nacional fue un gran socio de Franco para exaltar la furia española y explotar el concepto de madre patria. El Mundial de Brasil de 1950 constituyó uno de los acontecimientos de mayor exaltación patriótica. Antes de partir a tierras sudamericanas los jugadores habían sido advertidos de la importancia del evento en unos momentos en los que España intentaba asomar la cabeza en el panorama internacional. Según contaba Luis Molowny, durante una sesión de entrenamiento antes de ir a Brasil representantes del Gobierno insistieron machaconamente a los jugadores que debían considerarse embajadores de España ante quienes hasta entonces −el resto del mundo− les habían hecho un vacío por atreverse a ser diferentes: «A los jugadores se les dijo que debían mostrar un comportamiento impecable en todo momento, que vistiéramos el traje oficial, que dijéramos lo correcto a los periodistas extranjeros e incluso ayudáramos al contrario a levantarse del suelo con una sonrisa si hacía falta».
Para llegar con garantías al evento, al Caudillo le fue tendida una mano desde el máximo órgano rector del fútbol: «El Mundial de 1950 fue una oportunidad política que el Gobierno español intentó aprovechar al máximo con la ayuda de la FIFA. La FIFA había organizado los grupos para la fase de clasificación con gran cuidado. España se enfrentó a Portugal e Irlanda (únicos rivales deportivos entre 1945 y 1950, porque el resto de países no quería enfrentarse a España) con el fin de evitar posibles boicots por parte de sus adversarios».
El episodio más popular se produjo el 2 de julio de 1950 en Maracaná ante 65.000 espectadores.
El partido estaba previsto para las 14.00 hora local y tuvo la mejor recaudación del torneo en un partido en el que no participó la selección brasileña. España venía de derrotar a Estados Unidos (3-1) y a Chile (2-0) y le quedaba enfrentarse a Inglaterra.
En el minuto 49, en el que sería el único tanto del partido, el delantero vasco Telmo Zarraonandía, Zarra, consiguió batir al meta Williams. El presidente de la federación y ex divisionario azul Armando Muñoz Calero, presa del júbilo, reaccionó con gran patriotismo ante los micrófonos de Radio Nacional en el país sudamericano: «Tengo el honor y la inmensa satisfacción de comunicar a su excelencia el Generalísimo Franco que hemos vencido a la Pérfida Albión». Se quedó a gusto. Ganar a Inglaterra era como devolverle la moneda a la Armada Invencible.
La victoria fue relatada en el diario Marca del siguiente modo: «Una espléndida demostración al mundo entero de que la nueva España nacida de aquel sangriento conflicto ha recuperado completamente las tradicionales virtudes hispánicas de la pasión, la agresión, la furia, la virilidad y la impetuosidad».
Cuando acabó la Segunda Guerra Mundial, a pesar de que España se había mantenido neutral en el conflicto bélico y sólo había participado tímidamente prestando su apoyo al bando alemán a través del envío de la División Azul a tierras soviéticas, la nación española era vista a los ojos del resto del mundo como el último representante del fascismo, por lo que Naciones Unidas emprendió un boicot diplomático y económico contra el Estado español. El general Franco comprendió entonces que la mejor solución para España pasaba por desprenderse de ese sambenito político. Este proceso se produjo igualmente a través del fútbol.
En 1947 se recuperó el color rojo tradicional del uniforme del equipo nacional y al mismo tiempo se eliminaron el saludo y canto antes de los partidos. Y aunque otros símbolos pervivieron hasta bastante más adelante −como la obligación de contar con dos falangistas en las juntas directivas de los clubes, vigente hasta 1967−, la propaganda fascista en el fútbol hasta el final de la dictadura fue más diluida.
El gran momento para el Estado español se produjo en 1964 con la conquista del campeonato de Europa de naciones. El rival (político) no podía ser otro mejor: la Unión Soviética (URSS), que por otro lado, era la vigente campeona del torneo. España, además, había sido designada anfitriona de la segunda edición del evento. En la final, que se celebró en el Estadio de Chamartín el 21 de junio de 1964, españoles y soviéticos se iban a ver las caras. La expectación era máxima no sólo por el enfrentamiento deportivo, sino por las connotaciones políticas que revestían el mismo. Acudieron al estadio 79.115 espectadores.
El partido comenzó bien para el equipo ibérico. En el minuto 5 Chus Pereda inauguró el marcador. La alegría duró poco. Dos minutos más tarde un gol de Khousseinov puso el tanteo en tablas. En el minuto 84, en un centro de Pereda por la derecha, Marcelino, con un mítico remate de cabeza, logró batir a Lev Yashin, la Araña Negra (único guardameta que ha ganado el Balón de Oro).
La victoria contra el combinado de la hoz y el martillo supo a gloria. Franco respiró tranquilo.
Vencer a la selección soviética era como derrotar al comunismo. Cuatro años antes Franco se había resistido a enfrentarse a la URSS cuando el bombo les emparejó en semifinales.
El Caudillo sabía que los soviéticos eran una gran potencia futbolística y no podía arriesgarse a quedar en evidencia ante su gran enemigo político. La federación remitió entonces la siguiente nota: «Se suspenden los partidos con la URSS valederos para la Copa de Europa de Naciones. La federación española ha comunicado a la FIFA que quedan suspendidos dichos encuentros». La UEFA sancionó económicamente a España con 600.000 rublos. Para desgracia del Estado español el combinado rojo se proclamó campeón del certamen.
El fútbol como fenómeno político
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