Las Vegas.- ¿Qué le dirían a la madre de Canelo Álvarez, Ana María, a las 10:58 p.m. hora local, dentro del camarín número tres del MGM Grand Garden Arena?
Justo 90 minutos antes, la habitación completa no estaba solo sonriendo, sino que cantando festivamente. Chepo Reynoso, el entrenador de Álvarez desde hace mucho quien es insistentemente alegre, había liderado a todos — familiares, camarógrafos, ayudantes, falsos amigos — en una canción grupal: «¡Vamos, Canelo, vamos! ¡Vamos a ganar!»
Pero después, gracias al clínico desarme de la predicción lírica de Chepo por parte de Floyd Mayweather, el lugar parecía un funeral. Álvarez, por primera vez cabizbajo, se arrastró hacia el baño, en estado de shock, pareciendo una persona cuyo entendimiento de su persona había cambiado para siempre. Chepo se recostó de un lavamanos, contemplando el piso, en silencio. Y delante de un casillero estaba sentada Ana María, una mujer bajita con aspecto de buena persona vestida con unos pantalones negros y una camisa de seda de tonalidad púrpura. Se secaba las lágrimas, viendo cómo el mejor día de la vida de su hijo menor se convertía de repente en el peor.
Fue a las 7:20 p.m. — hace siglos — cuando Ana María caminó por primera vez hacia esta habitación rodeada por cánticos y aplausos. Dos de los seis hermanos mayores de Canelo, Víctor y Ricardo, inmediatamente fueron a abrazarla, molestándola cariñosamente por el maquillaje sofisticado que llevaba y por la permanente en el cabello. Antes de que le vendaran las manos a Álvarez, ella hizo la señal de la cruz delante de él, tocándole la frente con dos dedos, entonces su pecho, luego su hombro derecho y por último el izquierdo, para luego terminar con un beso.
Casi cuatro horas después, por un largo rato, nadie se atrevía a dirigirle la palabra.
Requirió de Richard Schaefer, el director ejecutivo de Golden Boy Promotions, para que finalmente alguien lo intentase.
«Señora, está bien, todo está bien», le dijo, con toda la sinceridad de una lámpara de halógeno. «A veces suceden cosas así. Canelo sigue siendo Canelo. Los Yankees no ganan siempre, pero siguen siendo los Yankees. ¡Habrá otra noches grandiosas para él!»
Entonces Eric Gómez, el concertador de encuentros de Golden Boy, se unió a la causa remarcando lo que salvó la noche (que a su vez fue considerado como la injusticia más evidente de la noche): «Fue por decisión mayoritaria».
Así fue. Ya para las 11:25 p.m., dos hombres caminaron hacia la pared detrás de Ana María y quitaron una tela negra con las palabras «GOLDEN BOY». Un minuto después, dos otros desarmaron la pared a su derecha, la que tenía detallada «SHOWTIME», y la estructura de metal colapsó directamente frente a su silla, obligándola a sentarse de lado.
Sí, por todos los meses y el dinero gastado en promocionar este súper combate, tan pronto terminó, terminó, como todo lo demás. Antes de que Álvarez saliera del cuadrilátero después de la pelea, las pantallas grandes del estadio habían cambiado la publicidad a la del Cirque du Soleil. Afuera, en Las Vegas Boulevard, los autobuses llevando carteles del próximo evento boxístico — Timothy Bradley versus Juan Manuel Márquez — transitaban cerca.
Había habido un pensamiento popular pre-combate, dado por sentado tanto por la fanaticada como por los periodistas, que esta pelea iba a ser una de ganar-ganar para el hijo de Ana María. Que Álvarez, quien era ampliamente desconocido por el consumidor norteamericano promedio, cosecharía beneficios imaginables del recorrido promocional con Mayweather. Que Álvarez, quien nunca había saboreado un día de pago de ocho cifras, podía ganarse más dinero en una noche — US$12 millones, por lo menos — de lo que ganó en las 43 anteriores. Que Álvarez, con tan solo 23 años, sería el desfavorecido tal que una derrota ante el mejor boxeador de una generación realmente no sería una derrota en lo absoluto.
Todo eso es cierto, al parecer, excepto por la parte de que no se sentiría como una derrota.
¿Podría Álvarez retirarse algún día, como Mayweather dijo en la conferencia de prensa post-combate, como miembro del Salón de la Fama? ¿Pudo Álvarez exonerarse a sí mismo ya relativamente bien, dada la incomparable velocidad y timing y e ingenio de su rival, aún cuando la mayoría de los periodistas tenían a Mayweather realizando algo así como un blanqueo? ¿Pudo Álvarez, siendo tan joven, hacer lo suficiente para pedir una revancha, y vengarse, más adelante en el camino?
Sí, sí y quizás. Pero ninguna de las respuestas para estas preguntas hacen sentir mejor a nadie en esta habitación.
La verdad es que Álvarez debe preguntarse ahora si en realidad es un gran boxeador — como el compartir escenario con Mayweather debe sugerir — o si simplemente es uno muy bueno, destinado para cubrir el lado de otro autobús transitando por ahí.
Eran las 11:33 p.m. cuando Álvarez finalmente emergió del baño, vestido con un traje negro y una camiseta blanca. Metió hasta lo más hondo sus manos en los bolsillos y su famosa cabellera roja caía sobre su frente, despeinada de manera inusual. Cuando le pasó por el lado a Ana María, quien aún estaba sentada esperando por él todo este rato, se detuvo y se miraron a los ojos por un breve instante, antes de que él siguiera caminando a lo largo del pasillo.
No había nada más que decir.
Mayweather cambió la habitación de Canelo de fiesta en «funeral»
LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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