Aunque es difícil de entender o aceptar, en la sociedad donde nos desenvolvemos, convivimos con personas resentidas socialmente, quienes por x o y razón, se enferman del progreso profesional, económico, familiar; en fin de todo lo bueno que puede alcanzar esa persona que ve como competencia.
Nos encontramos con este tipo de seres humanos dentro y fuera de la familia; en la institución donde laboramos; centro de estudios y hasta en los grupos recreativos. Esto obedece a las carencias humanas de quienes padecen sentimientos malsanos. Convirtiéndoles en seres capaces de violentar el sagrado derecho a la paz de sus semejantes. Transformando el clima laboral y familiar en espacios beligerantes.
Bien dice el refrán;”el diablo sabe más por viejo que por diablo”, la edad nos permite acumular experiencias y a lo largo de nuestras vidas compartir con personas heterogéneas de quienes podemos obtener aprendizajes dulces y experiencias amargas. Mucha de esa gente, siendo incluso solidaria, se ve dominada por un nocivo sentimiento: la envidia, que tal como la define el doctor César Mella Mejías, ocasiona bastantes trastornos a quien la padece y hace que lastime a sus semejantes, bien sea adrede o de forma indirecta.
La envidia, contrario a lo que creemos, no sonríe. Así lo afirmó el poeta Rubén Darío: “no puede, pálida y enferma traga su propia bilis y está con el ceño arrugado…”.
El reconocido Psiquiatra César Mella Mejías, citando a Ignacio Larrañaga en su libro “Del Sufrimiento a la Paz”, dice que la envidia vegeta y engorda lanzando picotazos, minimizando méritos, apagando todo brillo. Yo agrego, usurpando talento, pues es creativa; incluso sustrayendo trabajo intelectual, aún hoy que existen normativas que castigan esta acción.
Es difícil para algunos seres humanos entender que sus semejantes tienen iguales derechos, como educarse, ganar un salario digno, tener sus necesidades básicas cubiertas, gracias a su desenvolvimiento en la sociedad que vive. Y eso es nocivo para su desarrollo social, pues, afecta sus relaciones interpersonales, genera malestar en las personas con quienes se relaciona. Incluso, en ocasiones por razones de edad, ya que vivimos en una sociedad donde hay gran cantidad de juventud empoderada y preparada en las distintas áreas del saber; sin miedo a desarrollar sus saberes. Eso la envidia no lo perdona.
En otras ocasiones la envidia compite por ser la favorita de mamá, papá, hermanos, hermanas, entre otros, y esa acción la lleva al entorno laboral, hasta ser el adulador o la aduladora del jefe. Es una gran molestia convivir con seres poseídos por ella. Estoy 100 por ciento de acuerdo con Baltasar Gracián, cuando dijo en su obra Oráculo Manual y Arte de la Prudencia:” el oro vale más según su peso y las personas, según su peso moral”, es necesario tener donde gente, con eso nos convertimos en seres inmensos.
La envidia es tan dañina, que San Agustín la consideró: “una fiera que arruina la confianza, destruye la justicia y engendra toda especie de mal”.
Me uno al llamado de Robert Burton y César Mella Mejías, al decir que los seres humanos debemos protegernos de esta víbora mediante la caridad, la superación constante, y la exhibición de sanos sentimientos.
¡Sigamos fortaleciendo las relaciones de paz. Que los resentidos no nos roben energía y dañen nuestra bondad. Fortalezcamos nuestros conocimientos, pues como dijo Baltasar Gracián:”es necesario tener juicio y fortaleza: sin valor es estéril la sabiduría”.
La autora es Educadora, Periodista y Abogada. (santosemili@gmail.com)
“Los resentidos sociales sufren con la superación de los demás”
LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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