Malecón habanero se repone de fiebre carnavalera en Cuba

La Habana.- El Malecón habanero se repone hoy del frenesí carnavalero de fin de semana, como tomando fuerzas para el cierre de unas fiestas populares que datan del siglo XIX en Cuba.
 
Desde un costado del Hotel Nacional hasta el Parque Maceo abundan los kioscos de comestibles y las gradas para disfrutar de comparsas, música, cinturas cimbreantes y carrozas coloridas y bien dotadas.
 
Espectáculo que se prepara desde el cierre de la edición previa, el carnaval habanero tiene una larga tradición que va más allá de la simple lata y palo que supuestamente necesita un cubano para bailar.
 
Aquí se mezaclan y compiten comparsas de largo linaje como los Componedores de Batea, los Caballeros del Ritmo, los Guaracheros de Regla y hasta los Tambores de Bejucal, invitados este año.
 
Con la idea de rescatar su antigua diversidad, la organización del Carnaval unificó tendencias actuales y antiguas de la danza, sin traicionar la tradición y sin dejarse tentar por el facilismo.
 
Una de las novedades fue la peculiar comparsa Las Voluminosas, de la oriental ciudad de Santiago de Cuba, que repiten tras su éxito ante un público que supo reconocer un desprejuiciado batir de masas.
 
Otros protagonistas han sido el circo nacional, la compañía de danza del cabaret Tropicana, el grupo acrobático de la policía motorizada, modelos de la Maison y los habituales Muñecones.
 
Los carnavales de La Habana han pasado por diferentes escenarios en su larga historia, algunos tan distantes del actual como la calle Reina, la Alameda de Paula, el Campo de Marte o el nuevo Prado.
 
Bajo una lluvia de confeti y serpentinas se paseaban las gentes en quitrines y volantes, o pasaban arrollando las mascaradas con osos, payasos, esqueletos, diablitos, reyes moros o cristianos.
 
Ya desde el siglo XVI, los africanos traídos como esclavos hacían sus ritos paganos del solsticio invernal, en la Noche de Reyes, y a finales del XIX comienzan a agruparse en cabildos por afinidades.
 
Por aquella época fueron introducidas las congas, y con ellas la tradición de «arrollar», o sea, de salir a recorrer las calles en un tropel que arrasaba con todo a ritmo de «un-dos-tres: Pallá!».
 
Aquella música hecha con tambores y cencerros derivó en las rumbas y guarachas que marcan actualmente el vistoso paso de las comparsas, que compiten entre sí por ser la mejor del carnaval.
 
Por estos días en Cuba se sale de un carnaval para entrar a otro: terminaron los de Guantánamo con su cabalgata, y mientras Holguín alista los suyos, Santa Clara goza su Verbena de la Calle Gloria.
 
En otros territorios de Cuba se viven seriamente las rivalidades entre barrios, tanto en los carnavales como en sus dos variantes principales: las charangas y las parrandas.
 
Algunas de esas fiestas son patrimonio nacional, bien por sus trabajos de plaza o por su tradición pirotécnica, y en otras hay tres cosas que jamás faltan: la cerveza, la bronca y la lluvia.
 
Pero incluso cuando llueve, queda el consuelo de que temprano o tarde escampará, y lo mejor será cantar aquello de que «no hay que llorar, que la vida es una carnaval, y las penas se van bailando».

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