“Un nuevo estilo de protocolo” ha implantado el papa Francisco durante su viaje apostólico a Río de Janeiro.
Mezclado entre habitantes de humildes favelas: niños, niñas, ancianos, personas de todas las clases sociales, el pontífice anduvo por muchos barrios pobres y entre rostros marcados por la marginalidad social, la violencia y el narcotráfico, besó a pequeños y bendijo en nombre del Cristo que estuvo siempre cerca de las mayorías necesitadas.
Se habla de “una modalidad de siempre”, pues el otrora arzobispo de Buenos Aires dedicaba parte de su tiempo “a recorrer las periferias de la capital argentina: el entonces cardenal Jorge Bergoglio enviaba siempre a los mejores sacerdotes a los vecindarios más pobres y con ellos organizó una pastoral villera que se destacó y se destaca aún por su lucha para sacar a los jóvenes de la droga”.
Las favelas o villas miserias no son una particularidad de Brasil; en el mundo entero, esta realidad empaña los paisajes de grandes ciudades latinoamericanas, donde por un lado se crece económicamente y por otra, el mejoramiento humano sigue pendiente a cumplimiento: “ la justicia social es todavía una deuda”. República Dominicana es un ejemplo de ello.
El papa Francisco cumple su palabra y “baja las escaleras” por donde deambulan a diario hombres y mujeres, envejecientes y menores. Hablan los medios de que es la primera vez que un religioso de su jerarquía “toma contacto directo con los Juegos Olímpicos”, aunque hubo otros que se acercaron al tema como el papa Pío XII, Juan XXIII, Juan Pablo II, calificado éste como un apasionado deportista y Benedicto XVI, que la catalogó “verdadera experiencia de hermandad entre los pueblos».
Muchos suburbios, de Río, y de otros rincones del mundo ven con ojos esperanzados la actitud de Francisco y que “camine por una favela pacificada por las tropas policiales y Ejército, tal como lo hizo Juan Pablo II en 1980”. El santo padre recuerda que «la plaga del narcotráfico favorece la violencia y siembra dolor y muerte» e insta a los gobiernos del mundo a no despenalizar el consumo de drogas.
Mucho queda por hablar del camino, los cambios y esa necesaria “revolución” en la Iglesia Católica, con este Pontífice latinoamericano la silla principal.
El papa Francisco
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