Diálogo imaginario con el sacerdote Juan Luis Lorda
La debilidad humana
No. 21
Néstor: ¿Qué debe hacer el ser humano ante las debilidades en sí, cómo evitarlas?
Lorda: La debilidad, en sus tres manifestaciones, es compañera inseparable de la vida humana. Por eso hay que combatirlas, hay que mantenerlas a raya y hay que reparar las huellas de las cesiones, pequeñas y grandes, que se acumulan en nuestra historia personal.
Para vencer la debilidad, se requiere un clima de lucha deportiva: un esfuerzo sostenido de superarse, de mejorar las marcas, de reparar los fallos. Y para ser capaz de lo más, hay que educarse en lo menos.
Precisamente porque los bienes nos atraen muchas veces con una fuerza desproporcionada, es necesario esforzarse en ponerles medidas y orden. Es necesario evitar que ese activo falso nos engañe: se introduzca en nuestra imaginación, se multiplique y acapare nuestra psicología.
Quien tiene su afectividad comprometida, porque se ha comprometido a amar para siempre a una persona-como sucede en el matrimonio-tiene que resistir los movimientos de afecto que se le escapan hacia otras personas. Hay que saber reducirlos y también evitar las ocasiones.
A este principio de sentido común se le llama huir de las ocasiones. De un trato continuo y afectuoso puede nacer una pasión tan impetuosa que no se sepa dominar y se lleve todo por delante. Una pasión que no se ha dominado a tiempo, puede ser el origen de graves injusticias, de grandes desgracias y de muchos remordimientos; un romanticismo ingenuo puede ser la causa de una tragedia desgarradora. Pensar de otro modo es desconocer los mecanismos reales de la debilidad humana.
Para vivir con libertad sin ser arrastrado por el desorden de las pasiones, se requiere todas las fuerzas de la voluntad, y también todos los recursos de la inteligencia incluidos los trucos. Quien no sepa engañarse un poco para hacer lo que debe, fácilmente será engañado para hacer lo que no debe o para no hacer nada.
Se logra vencer el tirón de las pasiones desordenada si no se le deja crear, si no se permite que invadan y se apoderen de los resortes de nuestra psicología (sobre todo de la imaginación), si se les mantiene en la raya de lo justo. Y como muchas veces superan esa barrera e invaden lo que no deberían, es necesario recuperar terreno. Las acciones tienen que ser cuidadosamente reparadas, si se quiere mantener la libertad frente a esos impulsos.
Por eso, muchas veces conviene negar lo que los sentimientos piden aunque sea bueno. Eso nos entrena: no siempre y todo lo que nos apetece es un eficaz entretenimiento que fortalece la voluntad y protege la libertad interna. Y lo mismo sucede en todos los ámbitos: es muy bueno negarse en la comida (comer un poco menos, dejar algo que apetece, acabar lo que no apetece, etc.), negarse en la curiosidad, negarse en la comodidad, negarse en los caprichos, en el gastos innecesarios, respetar el orden de la actividad que se ha fijado previamente, hacer lo primero lo más importante aunque sea más molesto, etc.
No se trata de negarse en todo y siempre, sino de buscar en todo la medida justa, y a veces, apretarse un poco más, precisamente porque en otra ocasiones se ha cedido. En el fondo, es el mismo planteamiento del que quiere estar en forma y no engordar: necesita cuidarse, habitualmente, debe comer un poco menos que lo que le apetece, y apretarse más después de que, en alguna ocasión, se ha pasado comiendo. La voluntad también necesita ese cuidado para no llenarse de grasa y mantenerse en forma; es decir, libre. La costumbre debe imponerse medidas justas y de apretarse para recuperar lo que se ha cedido, educa los sentimientos y protege la libertad. Continuaremos.
El autor es vicealmirante retirado de la Marina de Guerra.