El hijo del doctor Alfonso Larraury tenía 24 años y una carrera promisoria frente a sí. Médico como el padre, había obtenido en máximo en las calificaciones de cada especialidad por la que había rotado en el hospital de su provincia.
Esa mañana de junio, mientras el sol brillaba radiante y la madre se extrañaba por la tardanza de quien era siempre el más puntual a la hora del desayuno e irse al hospital cuanto antes, tuvo lugar el suceso; el grito aterrador de la hermana conmovió a la vecindad: colgado del techo de su habitación el joven Francisco Manuel Larraury incrementaba la cifra de suicidios que tienen lugar en el mundo: uno cada 40 segundos, tercera causa de muerte entre jóvenes de 15 y 24 años.
Y pudo haber muchas reflexiones en torno a la pérdida y búsqueda de los llamados porqués; pero lo cierto es que pese a las tantas razones para deducir lo contrario, Manuel Larraury padecía depresiones sistemáticas que no había logrado superar, hasta ese momento final…
Hablar del tema
Contrario a lo que se ha repetido tradicionalmente acerca de que la trama del suicidio no debe ser tratada, pues incitaría a que se lleve a cabo más aun, especialistas experimentados aseguran lo contrario: el debate del tema es preciso y resulta valioso recibir terapias para impedir que ocurra.
Se plantea, además, que uno de cada 53 estudiantes de secundaria ha intentado o pensado en suicidarse y el dígito ha aumentado un 60% en los últimos 45 años.
Datos consultados muestran que esta causa de muertes deja más víctimas que una guerra y en República Dominicana el número ha ido en aumento. En el último lustro el promedio anual subió de 450 a 535. Mientras que en el año pasado se reportaron 642 suicidios, 93 más que en 2010.
Especialistas advierten que en el país inciden los estados depresivos en el incremento de los casos y todos concuerdan en afirmar la necesidad de que el Gobierno e instituciones privadas que trabajan en este sentido esgriman vías y acciones que detengan tales hechos.
Para la psiquiatra Adriana Pérez: “la mayoría de las personas que intentan quitarse la vida no buscan exclusivamente la muerte, sino que están pidiendo ayuda”; en tanto que Teresa Adames, coordinadora del Programa de Acompañamiento Psicológico de Casa Abierta, refiere que: “detrás del acto suicida hay mucho sufrimiento, que viene como consecuencia de la pérdida de la capacidad para enfrentar realidades de la vida”.
Adames interpreta como coadyuvantes la ausencia de valores, escasas oportunidades para el desarrollo, pérdida de la esperanza, promoción del individualismo, entre otros males, como elementos que aceleran los casos de suicidios o intentos de llevarlos a cabo.
Sin duda, como señala la perito: “el alto grado de descomposición familiar, marcada por la desintegración, la ausencia de un seguimiento adecuado a los hijos, comunicación inadecuada y contiendas entre miembros del hogar forman parte del largo rosario de situaciones que enfrentan hoy en día gran parte de la población dominicana”.
Voces de alarma y ¿cómo ayudar?
Las quejas de seres humanos que deploran su existencia; expresiones que indican deterioro o inutilidad del sentido de vivir, o las amenazas mismas de acabar con su existencia, deben ser luces de alarmas para quienes les rodean.
La psiquiatra Adriana Pérez alega que la mayoría de los suicidios son prevenibles: “tanto a nivel comunitario, como nacional, se pueden tomar medidas para reducir el riesgo”.
Se suman, entre otros factores que predisponen a la gente a poner fin a su vida, las presiones económicas, la dispersión de la familia y el alcoholismo.
De su lado, el psicólogo y terapeuta familiar, Luis Vergés, entiende que sólo un escasa manifestación de dichas inmolaciones se produce sin aviso: “la mayoría de los suicidas dan evidencias de sus intenciones, razón por la que los familiares y amigos deben tomar muy en serio las amenazas, aunque les parezca que es para llamar la atención, pues aproximadamente este individuo realiza 10 a 20 intentos antes de consumar su objetivo”.
En este sentido, los entendidos indican la necesidad de escuchar atentamente las conversaciones de personas deprimidas, saber qué leen y observar qué acciones inusuales hacen. Sin olvidar reducir el acceso a medicamentos y a armas de fuego.
En general, los que saben del asunto recomiendan a progenitores y relacionados de quienes han intentado suicidarse no juzgarlos, ni criticarlos: “deben dejar que se exprese y acompañarlo, no dejarlo solo”.
Por otra parte, el suicidio de un miembro de la familia deja a los demás en la incertidumbre y al no encontrar una respuesta inmediata a lo sucedido, emplean sentimientos contradictorios de culpa e impotencia: “viva su duelo, no se culpe, céntrese en qué nuevos aprendizajes le aportó el hecho y practique la aceptación, el perdón y el amor”, sugiere la doctora Adriana Pérez.
Menores también…
El titular del periódico El Caribe del pasado 24 de julio impactó en la opinión pública: “Este año se han suicidado más de 20 menores”.
Las estadísticas conmueven y ponen a pensar: el pasado año 35 niños, niñas y adolescentes, entre 9 y 18 años, dejaron de existir en el país por esta circunstancia, la mayoría de ellos (23), por “causas indeterminadas”; 7 por conflictos amorosos y cinco por problemas de depresión.
En 2010, la cifra fue de 30, en 25 de los cuales, ni las autoridades, ni familiares definieron los motivos; 4 fueron cometidos por problemas amorosos o pasionales y uno por asunto religioso.
Las provincias más afectadas son Santiago y Santo Domingo, seguidas de San Cristóbal, Espaillat y San Pedro de Macorís.
El director del Instituto Nacional de Patología Forense, Santo Jiménez Páez, opina que influyen en estos sacrificios infantiles mecanismos diversos: “porque a algunos de estos niños, según el historial, se le corrigió algún mal comportamiento o se le prohibió asistir a algún evento”. Añade, además, que esto se registra en el seno de familias de todos los estratos sociales.
En algunos países de América Latina se llevan a cabo monitoreos sobre los fallecimientos autoprovocados en niñas y adolescentes, pues se cree que existe una vinculación entre violencia sexual, embarazos prematuros y la decisión de quitarse la vida.
También señalan la escasez de psiquiatras y programas que enfrenten circunstancias asociadas a los trastornos mentales, como anorexia, depresión, esquizofrenia, trastorno bipolar, alcoholismo y el suicidio mismo.
El joven Francisco Manuel Larraury, con quien iniciamos estas líneas, padecía de trastornos del estado del ánimo, ansiedades, psicosis y otras adicciones. Todo esto pudo corroborarlo la familia poco después de este haber puesto fin a su existencia terrenal.
Algunas recomendaciones
El doctor colombiano Pedro Gómez, especialista en Psiquiatría, aconseja algunos puntos que transcribimos textualmente:
• No subestimar las amenazas de suicidio de cualquiera que exprese deseos de quitarse la vida.
• Más que errado, es injusto pensar que la persona sólo quiere llamar la atención. Todo intento, por leve que sea, es un grito de auxilio por parte de alguien que sufre.
• Nunca incitar a la persona a que materialice el suicidio, con la idea errada de que desista.
• No criticar, juzgar o avergonzar a la persona que trató de quitarse la vida.
• El amor, el acompañamiento y la ayuda profesional son determinantes para la recuperación de un paciente con ideas suicidas.
Suicidios: mayor expresión de desesperanza
LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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