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Y entonces, ¿Caperucita se comió el salami?

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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La crisis del salami contaminado se veía venir desde hacía tiempo. No fue suficiente la cortina de humo del agua no apta para consumo humano,  la leche desnutrida que se oferta en las escuelas, los medicamentos falsificados,  y una serie de alimentos consumidos por la población cuyos controles de calidad son y siguen siendo cuestionables.

En la granja donde vivía la Caperucita se comentaba por lo bajo lo del salami. Tanto así, que ella, los siete enanitos y los tres cerditos de la zona esperaron a ver el programa de Nuria Piera,  del pasado sábado 4 de agosto, para comprender a fondo la magnitud de la amenaza a la salud pública que constituyen las bacterias fecales, nitritos, nitratos y otros ingredientes peligrosos para el bienestar humano.

Además, para aclarar  por qué un ministro de Salud está como la arepa, candela arriba y candela abajo. Y estudios vienen y estudios van, sin dirimir responsabilidades,  porque al final, el Estado siempre tiene la razón.

Según los hermanos Grimm, (versión libre),  una niña recibe de su madre el encargo de llevar una cesta a su abuela enferma que vive en el bosque, advirtiéndole que no hable con desconocidos. Pero por el camino se encuentra  con un lobo y se para a hablar con él, dándole detalles de lo que va a hacer. Entre ellos, se incluye revisar el contenido y calidad del salami, producto de primera necesidad de los sectores más pobres del pueblo y “picadera” de los más poderosos e influyentes.

En el camino, el lobo (la ganancia rápida en desmedro de la salud pública sumado a la corrupción) aprovecha para intentar engañar a Caperucita, (la directora de Pro Consumidor) y llega antes  a casa de la abuelita, a quien se come con todo y salami, y luego ocupa su lugar para engañar a Caperucita y comérsela también.

Por fortuna, un leñador que andaba por allí descubre al lobo durmiendo tras su comida, y rescata a su abuelita de la tripa del lobo, sustituyéndolas por piedras que hacen que el lobo se ahogue al ir a beber al río lleno de aguas contaminadas con bilharzia en la media isla llamada La Granja.

La niña, los tres cerditos y los siete enanitos reconocen el esfuerzo extraordinario de los guardianes de la salud del pueblo dominicano. Pero admiten que aún queda mucho por hacer para eficientizar, higienizar, organizar y meter en cintura a los come ñecas, digo, a los comerciantes y a otros bacteriófagos que juegan con la salud sin el menor escrúpulo. Y lo mejor es que por ahora, sigan sirviendo salami en las iglesias, los moteles, los resorts y en ciertas fiestas de renombre en el Palacio Nacional.

Como es lógico suponer, los efectos funestos del consumo del salami contaminado, no sólo en las vías digestivas del consumidor,  sino también en su cerebro, lo que ayuda a comprender porqué la responsabilidad,  a través de la relación entre los hechos y sus consecuencias no goza de mucho aprecio en La Granja.

De hecho,  el Gran Oráculo de Villa Juana proclamó desde el Olimpo que el Gran Salami Nacional está bien. Según él, el error estuvo en que se generalizó lo de las heces, o sea, que se afectó determinados intereses cercanos que no debieron ser tocados ni con el pétalo de una rosa.

El mensaje está claro en La Granja. No es la salud pública lo que importa. Eso es lo de menos. Es la imagen, el prestigio, la Marca País. La ilusión de la ilusión. De manera que si los haitianos comen salami contaminado con heces, que lo hagan los dominicanos no tiene relevancia porque los llevan al galope por aquello de la competitividad. Total, así los médicos pueden aumentar sus ingresos, en particular los especialistas de problemas gastrointestinales.

La Caperucita reflexionaba sobre la calidad del salami nacional en ruta a la casa de su abuelita. Cuando la bella niña de la capa roja llega al lugar, observa con detenimiento que su abuela ha cambiado las facciones. Al preguntarle, la vieja dama con cara de lobo riposta: el salami me ha deformado. A lo que la niña responde: te he dejado un salami envenenado. Al darse cuenta que era el lobo, ella sale rauda y veloz del lugar.

Otra reflexión de la niña inteligente fue: ¿cómo es posible que una sociedad que no puede garantizar la calidad del salami que consume la población, se enmarañe en las profundidades veleidosamente éticas de debatir si una niña de 16 años embarazada y afectada con leucemia debe o no tener un aborto para salvar su vida, cuando el sentido común, que es el menos común de los sentidos, dicta que la vida de la madre tiene prioridad sobre todas las cosas? Al menos así es en el primer mundo.

Ella llegó a la conclusión de que el salami es parte del acerbo nacional. No incluye la superación. Los problemas los resuelven otros. Y las actuaciones de los protagonistas en la crisis del salami no son muy inteligentes. Además, comprendió que la Granja de la media isla va en camino de convertirse en La Granja, de George Orwell, y esa sí que es peligrosa, porque en ella floreció el germen de la rebelión del Producto Interno Bruto  contra el Abuso Bruto Interno.

Desde entonces, la niña de la capa roja dio su testimonio de supervivencia a los siete enanitos y a los tres cerditos para que sobrevivan a la trampa del salami nacional, que es la misma historia del pollo, la leche, el arroz, el aceite y otros alimentos de consumo básico víctimas de la corrupción, la codicia del gobierno y de los comerciantes y la de millones de bacteriófagos del dinero que abundansimulen que los consumen.

Les aconsejó inculcar la prudencia en el trato con un salami desconocidos y en la no revelación de detalles que pongan en peligro la seguridad de su salud.

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