La mayoría de la población en República Dominicana es mestiza, por lo que hablar de racismo parece más bien una ironía. Y no se trata solo de esta nación, sino del Caribe anglófono e hispanoparlante, donde los ancestros africanos y europeos conformaron hace siglos la mezcla que les caracteriza socio- culturalmente.
El presidente de la Conferencia del Episcopado de Haití (CEH), monseñor Chibly Langois, no cree que en República Dominicana “se practique desde el Estado una política racista contra los inmigrantes haitianos”, aunque sí considera que existen manifestaciones “como en cualquier parte del mundo”.
Indudablemente, la migración haitiana encuentra marcadas diferencias en el país, que van desde el idioma, hasta las formas culturales de religión y otros comportamientos e idiosincrasia. Todo lo cual no justifica que exista discriminación contra quienes buscan un mejor lugar para vivir que el Haití “detenido en el tiempo”, con una miseria extrema y esperando una reconstrucción que nunca llega.
De sobra se ha planteado la necesidad de establecer relaciones que impongan respeto bilateral y una llegada ordenada legalmente de quienes cruzan la frontera y se adentran en un territorio que aparentemente crece y crece; pero, cuyos habitantes confrontan serios problemas de carestías y subdesarrollo.
No se trata de lo que el Comisionado de Derechos Humanos de la ONU haga para prevenir y evitar incidentes racistas. Más allá de criterios, sin lugar a duda, República Dominicana tiene desafíos que van más allá de conceptos de discriminación racial. El tema es mucho más complejo.
¿Somos racistas o no?
LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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