Este 18 de noviembre arribamos a los 175 años del natalicio de ese gran prócer de la gesta independentista cubana, el Generalísimo Máximo Gómez, de quien muchos dominicanos desconocen, a pesar de haber nacido en el Baní de la provincia Peravia.
Considerado por el profesor Juan Bosch un guerrero inigualable y de inteligencia militar y sensibilidad humana indescriptible, Gómez dejó un legado de la solidaridad y hermandad, verdadero paradigma de la América Nuestra, como atinó a llamarla José Martí.
Amado y respetado por los cubanos, generalmente desconocido en su tierra, pese a que existe una avenida principal que lleva su nombre, guió al Ejército Libertador Cubano durante las guerras de los Diez Años y la del 95, debido a su intrépida habilidad y la manera en que empleó la carga al machete, cuya primera ejecución tuvo lugar aquí, en suelo dominicano.
Austeridad, templanza, honestidad y espíritu de abnegación fueron cualidades que acompañaron al viejo mambí, cuya grandeza en los campos insurrectos cubanos le otorgaron un lugar en la inmortalidad de los héroes.
La memoria de Máximo Gómez no sólo debe ser honrada en la Mayor de las Antillas, sino en esta República Dominicana, su tierra natal, a cuya virtud de haber parido grandes héroes para su historia, se suma este gran guerrero, el banilejo que representa lealtad, solidaridad y tenacidad en los campos de batalla y en su propia vida.
Al hombre que expresó: “Yo no puedo vivir ni en Cuba, ni en Santo Domingo como extranjero, teniendo dentro del pecho un corazón cubano y dominicano”, al gran líder que rechazó la presidencia de la República de Cuba, “esa suerte de vellocino de oro disputado por los grandes caudillos de las guerras”, porque prefirió liberar hombres a gobernarlos, llegue todo el amor y respeto al paso de los siglos.