Estamos convencidos que habitamos en la selva más peligrosa, la humana. El ser humano necesita abrirse a la dimensión espiritual, esforzarse para conquistar los valores que elevan el espíritu. Virtudes que debemos aplicar al diario vivir unidas al conocimiento técnico profesional, ser un hombre desarrollado y dar vigencia a la salud moral.
¿Cómo vivir en paz con tantas adversidades? Estamos en la edad del hielo como llamaba Pitágoras a la vejez. No le pongo interés alguno a lo exterior, ya no pienso en la máscara que a diario veo en la sociedad degradada, donde se oculta el genuino yo.
La vida nos hace otra pregunta ¿cómo es posible no interesarse por el mundo exterior? En la Escuela de Evangelización Juan Pablo II, conocí a un hombre con aspecto salvaje, que la piel de camello que lo vestía me mostraba que se había integrado dentro de sí. Y Dios lo impulsaba a llevar el mensaje de la conversión con un corazón inundado de ternura. Ante ese descalzo, Jesús se inclinó en el Jordán para que lo bautizara.
Ese bendito Juan me enseño a confiar en la voz interior y no en las voces que gritan de fuera falsedades disfrazando malas acciones.
Juan desértico, con su prédica del amor interior me mostró en cielo y el misterio de las nubes que nunca es posible saber dónde comienza una y termina la otra. Era diciéndome debes tener el deseo y tratar de que la vida de los hombres sea como la de las nubes unidas sin viento que las separe. Resolver los problemas corrigiendo errores y superar los conflictos. En esos intercambios lo esencial es encontrar a Dios en esas personas donde se adquiere conciencia de la verdadera identidad interior.
El incansable Juan continúa presentándome el exorcismo para expulsar las fuerzas internas del demonio que se han apoderado de los hombres, entorpeciendo la razón que los sumerge en la confusión, se hacen daño a sí mismos y a los demás.
Luchar por la vida de manera que los otros no permanezcan indiferentes. Nos cerrar los ojos a su propio interior, a la propia necesidad de protección. En el interior está la libertad y autenticidad del yo servidor, lo natural del ser humano.
Todos tenemos las fuerzas interiores que nos obligan a obtener lo verdadero, la plenitud. Si no aplicamos esa fortaleza el mal aumenta y seremos esclavos de la propia indiferencia.
Al decir sí a la vida sana, camina hacia el interior pasando por toda la naturaleza y se pone en contacto con el alma donde está Dios. Cuando se es hombre para el hombre, la luz está iluminando lo interior, la verdad. Diciendo: para eso te hice hermano de comunidad.
Toda la familia disfrutó un fin de semana con un ser humano que transita en el pedestal de la raíz griega Saos: salvo, integro, sano. Penetrado en la altura espiritual rodeado de un mundo verde bañado por la brisa marina, e impulsado en grato ejercicio de espiritualidad contemplativa.
El hermano en Cristo general Juan Folch Hubieral en abrazos sonrientes entrega irradiación de pureza espiritual que cierra las ventanas de la despedida de su habitat en la acogedora Bahía de Rincón. Continuando unidos en la fiesta de la vida.
El autor es vicealmirante retirado de la Marina de Guerra.