• Print
close

De la codicia

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
Facebook
Facebook
Youtube
Instagram

Los partidos políticos no están formados por seres humanos que ignoran las reglas del bien y el mal. Saben muy bien qué significan las palabras moral y ética. Su costumbre y responsabilidad están motivadas con la fuerza de la palabra griega Philarguros: Amante del dinero.

Los humanos tenemos una madera que no podemos por menos de desear algo, y es de deseos instintivos muy fuertes de nuestra naturaleza, lo vivimos como lo más poderoso de nuestro interior. Depende del uso que hagamos de esa natural inclinación. Del carácter y sentimiento el cómo emplear una ansiedad. El peligro está en que esos deseos puedan llevarnos a codiciar. Un deseo con ansias insaciables de riquezas y otras cosas.

Dominado por la codicia, es perverso, egoísta, inaceptable, un vulgar violador de leyes, corrupto consuetudinario. Si es todo lo contrario, buscará y ejercerá con firmes deseos acciones correctas y será una persona digna y beneficiosa para la sociedad. Este es el hombre que deseamos y por mal, esta honestidad molesta, no se ejerce en la política, salvo pocas excepciones.

La crisis económica es hija legítima de la vigencia de los malos hábitos, seamos más precisos: ausencia de moral. Así va la humanidad en una carrera dañina azotada por vientos huracanados de la corrupción. Es una enfermedad espiritual sin límites acumular riquezas con el único objeto de atesorarla. La historia de la humanidad no presenta un solo avaro que capitaliza los bienes hasta lo sumo, que haya vivido en paz. Sus días están asediados por la desconfianza, cualquier soplo de brisa lo espanta, por creer que le van robar su amoroso tesoro.

La avaricia es un apego que nula la razón, endurece la vida, el corazón solo late en los teneres de la soledad, la amistad es por interés, no la grata comunidad. No entiende que lo trata por lo que tiene, son seres solitarios, huidizos. No disfrutan la armonía de la vida en libertad plena, menos el abrazo sincero y la palmada afectuosa en la espalda, por no sentir la pureza del otro yo. No puede existir el fuego de la hermandad, de la vida hacia los demás, donde predomina la enfermedad que antepone el dinero al amor de Dios, que nos crea como hermanos, hombres plenos, veraces y sinceros.

* El autor es vicealmirante (r) de la Marina de Guerra

No Comments

Leave a reply

Post your comment
Enter your name
Your e-mail address

Story Page