Lo penoso es que las cifras sigan sustituyendo nombres de seres humanos, como un número más. “Más de 900 millones de personas padecen hambre crónica en el mundo y el quince por ciento de la población mundial se acuesta sin comer todas las noches, un fenómeno que se ha visto agravado por la especulación sobre productos alimenticios y por el consiguiente aumento de los precios”, según revela el Informe Mundial sobre Desastres 2011 de la Cruz Roja.
Y la nota increíble es que hasta la fecha sólo se hablaba de muertes por esta causa en la parte pobre del mundo. Sin embargo, los informes recientes afirman que la malnutrición también afecta al «próspero Occidente».
Si bien al concluir el año 2010, la cifra que manejaba la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO), de la ONU, era de 925 millones de personas que morían por hambre «, en estos días que corren los meses finales de 2011, el coordinador general de Cruz Roja Española (CRE), Antoni Bruel i Carreras, aclaró: «No hablamos de un poco de hambre, hablamos de falta de alimentación, de no comer, sencillamente».
Y entonces viene la peor imagen del espectro: los tres millones de niños menores de cinco años que mueren cada año por desnutrición y los 178 millones que sufren de retraso en el crecimiento por la misma causa.
Unidas a tal vulnerabilidad está el 60 por ciento de las mujeres que padecen hambre y es lo que en el concepto de Bruel i Carreras, “genera el efecto multiplicador de afectar también a los fetos, en el momento del embarazo, y a los bebés, en la lactancia”.
De manera que ni los imposibles cumplimientos de los objetivos del Milenio, ni el resto de las infructuosas políticas globales anuncian que el desastroso y criminal flagelo dejará de seguir robando vidas en este universo nuestro.
