Las pérdidas ocasionadas por la insolvencia de fondos de inversión; el caótico estado de iliquidez de las grandes instituciones financieras consideradas invulnerables y la resultante precaria situación de las economías y sus consecuencias, además de ser motivos de alta preocupación obligan a las personas a ser mucho más cuidadosas con su dinero, particularmente en el manejo de los ahorros.
Lo tradicional ha sido depositar dinero en bancos de renombre en el exterior en una de las dos principales monedas, dólares de EEUU y en tiempos más recientes en Euros o ambas.
En la década de 1990 con el auge de los mercados de capitales, muchos invirtieron en acciones de compañías específicas o en fondos de inversión, y algunos llegaron a coquetear con los mercados de futuros y opciones. Las condiciones de los mercados permitían generar grandes ganancias hasta que la burbuja explotó al comienzo del nuevo siglo.
Los depositantes no cuestionaban la solvencia de esas instituciones financieras gigantes y los inversionistas aceptaban las recomendaciones de los administradores de sus inversiones. En ambos casos los ahorrantes desconocían muchos de los riesgos que estaban incurriendo y sencillamente aceptaban como buenas y válidas las informaciones que recibían de las propias personas que manejaban sus fondos. En otras palabras exhibían una fe casi ciega en la integridad moral y en los conocimientos técnicos de esos expertos, cuya función se simplificaba por la falta de cuestionamiento de sus clientes, siempre claro está, que los depósitos o las inversiones generaran un retorno aceptable.
Es interesante que en muchos casos los depositantes mantienen sus dineros en bancos situados en paraísos fiscales, cuya ubicación geográfica muchos no pueden precisar, y casi todos desconocen el funcionamiento y las leyes fundamentales de protección a los depositantes, información básica necesaria para evaluar los riesgos que asumen. Lo que si saben es que los beneficios generados están exentos de impuestos y que además existe un alto grado de confidencialidad por lo cual las autoridades fiscales del país de su residencia u origen desconocen la existencia de esos fondos. Esa situación ha ido cambiando radicalmente en los últimos años debido a los controles transnacionales introducidos para combatir el lavado de dinero. Ese ha sido por mucho tiempo el atractivo que justifica mantener los ahorros en esos lugares, además de la elección de un refugio seguro y rentable para esos recursos.
¡Todo bien mientras todo va bien!
Que mucha gente incluyendo bancos de renombre internacional; fondos de inversión e instituciones benéficas hayan perdido cuantiosas sumas de dinero en los últimos meses y que algunas personas inescrupulosas lograran hacerse de grandes fortunas por medio de estafas, se debe en gran medida a la ingenuidad e indolencia de esos ahorrantes e inversores.
Los dos elementos fundamentales que motivan la selección de un determinado destino para esos recursos son la rentabilidad y la seguridad
La seguridad debe ser la consideración primaria. Desafortunadamente la codicia humana hace que se inviertan los valores, y por consiguiente muchos ahorrantes se inclinan por una rentabilidad mayor a la que lógicamente se puede aspirar, siendo en ocasiones desproporcionada al promedio del mercado. Ese atractivo que debe ser motivo para desconfiar, actúa por el contrario como un imán o la flauta de Hamelin, induciendo al depositante a ignorar cualquier conato de recelo. En esos casos se debe recordar aquello de “lo que es excesivamente atractivo probablemente no sea real”.
En cuando a la seguridad, es interesante y hasta fascinante ver como las grandes mayorías de ahorrantes e inversores no investigan con el debido detenimiento los datos más elementales del origen; solvencia moral y financiera; capacidad administrativa; trayectoria o record etc. etc. de las personas e instituciones a las cuales les confían sus ahorros. Una mera referencia o un comentario favorable de personas que tampoco han investigado a fondo a esos administradores de recursos financieros, ha sido en muchos casos suficiente, combinado frecuentemente con un despliegue de carisma de esos “profesionales” que tienden a proyectarse en la sociedad como “gurus” de las finanzas.
Ese “laissez faire” de los ahorrantes e inversores ha permitido a los administradores de fondos manejar a su libre albedrío y en algunos casos bien conocidos, han logrado manipular esos recursos para sus propios beneficios, sin cuestionamiento. Los ahorrantes confiaron ciegamente en las autoridades reguladoras y supervisoras de los sistemas financieros y mercados de capitales, instituciones que están muy desprestigiadas en estos momentos a nivel mundial. Se ha mostrado que han sido ineficientes y que pueden ser acusadas de ser causantes como cómplices voluntarios o involuntarios del caos existente en las economías globales y en particular los sectores financieros.
Es evidente que la confianza de los ahorrantes e inversionistas en las instituciones reguladores y supervisoras, fue traicionada. Aun aceptando que esas instituciones no fueron creadas para garantizar la integridad de los recursos administrados, sino para asegurar el buen funcionamiento del sistema financiero y los mercados de capitales, no se les puede eximir de la evidente culpabilidad por indolencia o excesiva tolerancia. Además es obvio que ambas cosas están intrínsecamente relacionadas y que las causas de la debacle son atribuibles precisamente a fallos en los controles de ambos sistemas.
Por consiguiente todo se reduce a la responsabilidad de los propios interesados los cuales tienen que efectuar el “due diligence” o debido esmero mediante investigación y profundo análisis de información relevante y confiable. Tal vez deberían copiar algunos conceptos que emplean los banqueros en los procesos de análisis de riesgos y aprobación de préstamos. Se trata de obtener toda la información necesaria que les permita determinar si el prestatario posee la integridad moral y capacidad financiera para cumplir con sus obligaciones, y en muchas ocasiones la prudencia obliga a exigir garantías tangibles para asegurar el pago.
Se entiende que la gran mayoría de los ahorrantes no poseen los conocimientos técnicos necesarios para evaluar adecuadamente los riesgos que pueden afectar sus inversiones, ya que no se trata solamente de las habilidades, solvencia financiera y ética etc. de los administradores, sino de los elementos asociados con los mercados financieros y de capitales en toda su extensión cuyo análisis tiende a ser bastante complejo. Además de los conocimientos técnicos se requiere estar ampliamente informado de los acontecimientos diarios que inciden en el mundo de la finanzas, desde el comportamiento de las economías; políticas monetarias y fiscales y cualquier evento por muy insignificante que parezca, que pueda representar riesgos imprevistos u oportunidades para los inversores.
La experiencia como banquero me ha enseñado que para las personas, la importancia del dinero y bienes sobre el cual se fundamenta su bienestar presente y futuro así como el estatus social, está por encima de todas las cosas. Siendo así, es incomprensible que muchos sean victimas de engaños en ocasiones burdos, por no actuar con cautela a lo cual hasta los animales más primitivos recurren por instinto ante lo desconocido.
Si no se posee la capacidad para determinar los riegos acertadamente, se debe recurrir a los servicios de un asesor técnico de absoluta confianza que no esté involucrado con el manejo de los recursos. Además corresponde al propio interesado adquirir los conocimientos básicos pertinentes a la naturaleza de sus inversiones para juzgar a los administradores de esos recursos al igual que las recomendaciones del propio asesor.
La conclusión es que las victimas son victimas de sus propias deficiencias o indolencia, y es triste que los seres humanos tengamos que sufrir las consecuencias de nuestros errores para evitarlos en el futuro, y a veces reiteradamente. La magnitud de la actual crisis mundial debe servirnos de lección a todos por igual, seamos o no victimas, directa o indirectamente o simples espectadores, que dudo mucho que los haya. La diferencia está en el costo del aprendizaje, y por muy egoísta que parezca es preferible que lo incurran otros, o sea que aprendamos de los errores ajenos. ¡Suerte!