Revisando el timeline de la sección de sexo de GQ.com me he dado cuenta de que históricamente he sido un poco patán en mi afán por desarrollar una fina ironía distante, pues aún suponiendo un alto grado de empatía con según qué grupos de población aficionados a la broma opaca, el trato que había dado a las mujeres no era del todo caballeroso.
Así pues Cosas que no soportamos de ellas o La ropa que les encanta a ellas y que nosotros odiamos daban una visión del todo sesgada y absolutamente derrotista de lo que es la batalla de sexos, el fango conyugal, las trincheras del amor. Leídos aisladamente ponían a los hombres en un pedestal de superioridad fundamentado en la queja y en el victimismo sin siquiera unas pistas acerca de las «cosas que sí».
Ni rastro -en mi desconsideración- de didácticos consejos que supusieran el reverso genérico de aquella otra piecita llamada En qué se fijan las mujeres que escribí anabolizado hasta las cejas de consejos femeninos, pero para la que, obviamente tenía una autoridad per se (¿per me?) limitada por mi genoma.
Entono pues un mea culpa lloroso y me dispongo a solventar mi deuda moral con dios, la patria y cuant@s agraviad@s haya cosechado. Este artículo deslenguado, sincero y epidérmico (eso lo preveo nítidamente) a veces en cuanto a los términos loados, que leéis ahora no quiere ser otra cosa que una buena dosis de amor duro empaquetada en unos cuantos caracteres digitales.
Quizá sea más útil para ellas que para ellos, si es que se animan (os animáis) a poner en práctica alguno de mis pijoteros consejos, pero, superficialidad aparte y compendiadas varias fuentes versadas aparte de mi humilde y kamikaze experiencia, se me ocurre que la sinceridad es la línea más recta que existe hacia el éxito editorial, así que me prendo de gasolina y me quemo a lo bonzo. Y al que no le guste que no mire.
Al lío con «En qué nos fijamos los hombres».
LO FÍSICO
Hay tres iconos mayoritarios (pecho, culo y cara) con distintas caracteres de personalidad según la filia específica de cada uno. Aquellos hombres que otorguen una importancia predominante a rodillas, codos, pies o muñones tiene un problema muy serio y el análisis es sencillo y abarcativo: están locos y tenéis que llamar a seguridad. Por otro lado, los que se fijen en la piel (o en el «cutis», si han estudiado), lo normal es que sean unos moñas o no les interesen las mujeres en absoluto). Y si el hombre A dice que la mujer B «tiene un cabello precioso», lo lógico es que sea peluquero y que esté más cerca de querer ponerle una mascarilla que de agarrarla con fuerza del mismo para atraerla hacia así en una noche de sexo animal consensuado.
Pero volvamos a la masa generalista y al «pecho culo y cara», como prometimos.
a) Pecho
Gusta a todo hombre, es la herramienta de sugerencia por excelencia y funciona tanto con escotes marcados como con cuellos altos. Nos interesa por exceso o por su perfecta medida y forma. Atendiendo a tipologías masculinas, aquellos que los prefieren antes que cualquier otro factor lo hacen de cara a los demás. Creen que la mujer que tienen al lado les representa, que es una medalla y que si es dueña de un busto envidiable, ellos serán envidiados por merecerla
b) Culo
Si es por grande, es para los amantes de las sensaciones táctiles, del sexo con la luz apagada y del más es mejor. Comen con los ojos y saben disfrutar de las cosas buenas de la vida. Lo que opinen los demás les importa un huevo y priman el ser felices y hacer felices a los demás a lo que coño tenga que criticar la vecina del quinto. Si por el contrario un fan de los culos no se conforma con otro que con uno de modelo o con los excesivamente escurridos y los pone en el primer lugar de su gusto de prioridades, remito al punto pecho y al afán de presunción. Aunque, qué duda cabe que un habitáculo carnoso pero de consistencia marmórea es algo que se debería poder tener al alcance al menos una vez en la vida.
c) Cara
Ahora hablo de los enamorados del amor, de los fans de las grandes sonrisas y de todo tipo de tarados en general que han catalizado su vida sentimental más a través de la literatura y el cine que en primera persona. Rara vez se han manchado las manos y esperan siempre que les alcancen las cosas a ellos mejor que coger al toro por los cuernos. Su capacidad de espera tiene a lo infinito, muchas veces hasta que caen las cosas por su propio peso, y, si finalmente no anotan, se dicen que da igual, que lo importante no es la meta en sí, sino lo que se disfruta por el camino.
LO DE DENTRO (O BELLEZA INTERIOR)
Salvo excepciones y desviaciones pronunciadas, es fácil que todo macho español se decante por la opción que resalto dentro de las categorías muy mascadas que propongo a continuación:
A saber:
a) Personalidad
La queremos fuerte. Nos gusta que nos manden y que sean un poco caprichosas (siempre dentro de unos márgenes terráqueos), que mantengan la intriga y que nos lleven la contraria a menudo. Excepto aquellos que tienen que poner velas a santa Rita para encamarse una vez cada cambio de gobierno, básicamente preferimos que durante el primer mes no nos hagan ni un poco de maldito caso. Las esposas de policía aplicadas a la vida de pareja son útiles para según qué prácticas macarras, pero también sirven como metáfora de dominación, que a nadie le amarga, porque es un dulce.
b) Gustos
Nos resultan totalmente secundarios. Hay quien confunde los gustos personales con saber conversar acerca de algo sin tener que pasar a retozar por aburrimiento. Ni necesito que te guste Metallica ni es necesario que yo me haga fan de Sonia y Selena. Yo no te gustaría así, tú no me gustarías así.
c) Iniciativa (que viene a resumirse en predisposición para el acto sexual o coito)
A no ser que hablemos de hombres apocados o dueños de toda una serie de complejos sexuales almodovarianos, nos gustan proactivas y hasta insaciables. Una mujer que te tienes que quitar de encima no es una sobona pesada, es un pleno en el Euromillón.
d) Capacidad absorbente
Nuestras favoritas saben disociar el espacio que nos dedican y el que emplean con la gente que tenían antes de conocernos. No significa que no queramos mezclarnos, pero que tampoco estén hasta en la sopa. Una que es capaz de alcanzar este raro equilibrio social con tanta naturalidad como un macho alfa que lleva fular de manera desenfadada, como sin reparar en ello, partiendo consecuentemente la pana, es una mujer con la que uno podría considerar plantarse.
Y con esto abarco desde el flechazo inicial hasta el pacto para una vida conjunta, todo el espectro relacional desde el alfa hasta el omega, como Terrence Malick, como Kubrick.
* Mujer, cuando el hombre que tienes ante ti y un café dice que, de vosotras, se fija en los ojos antes que en cualquier otra cosa, MIENTE. O los tienes azul mar embravecido y te brillan en la oscuridad como a criaturas del espacio o a duras penas sabrá distinguir si eres coreana o caucásica. Pero dale una oportunidad, por lo menos se está esforzando.