Más allá del compromiso del candidato por el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), Danilo Medina, de “encarnar los sentimientos de cambios de la sociedad dominicana”, según sus propias frases, el propósito de ganar las elecciones de mayo de 2012, significaría para los morados, continuar en el poder por quinta vez consecutiva.
Tal vez las reflexiones vayan más allá de lo que se denomina “campaña limpia” y “libre de gastos excesivos y de recursos en su propia realización”. El pueblo dominicano, obviamente, requiere cambio, pero radicales, verdaderos, tangenciales, que reflejen una “revolución política” en su sistema de gobierno.
En medio del “cruce de espadas” entre los candidatos de los dos partidos contendientes, algunos acusan a Medina de “abandonar a su suerte y no hacer nada por las demandas sociales de la comunidad de Arroyo Cano, una comunidad rural de San Juan de la Maguana donde nació hace 60 años”.
Sin embargo, militantes peledeístas y simpatizantes valoran a Medina como hombre de “gran experiencia en el ejercicio político y quien representa la esperanza de un mejor futuro para la nación”.
Lo de “conquistar nuevamente la simpatía del pueblo dominicano”, es cuestión de tiempo y verdad. Pero, similar a la posición de su opuesto, el candidato perredeísta Hipólito Mejía, el planteamiento objetivo de los críticos es que no basta con caer simpáticos o entronizar una conducta política paternalista: dominicanas y dominicanos requieren de un gobierno que invierta las actuales estructuras de desórdenes, que los índices de corrupción y violencia desaparezcan y la educación colme los múltiples sostenes vacíos o endebles que sostienen al país.
Sean morados, blancos o del color que algún día predomine, República Dominicana merece un futuro diferente, pleno de realizaciones, más allá de las promesas…