Nonagenario y vencido por la crueldad oportunista de las enfermedades que azotan al paso de los años, Jottin Cury abandona este mundo, en “una dulce muerte”, como dijo Leonardo Da Vinci de aquellos que dejaban atrás “una jornada bien empleada”, que “produce un dulce sueño, por una vida bien usada”.
Canciller del gobierno del coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, tras la guerra de abril de 1965; jurista que protagonizó las escrituras en los Formularios Anotados del Procedimiento Civil Dominicano; destacado catedrático y rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD); consultor jurídico del gobierno de Joaquín Balaguer; diputado por Barahona; gobernador civil de Azua y Elías Piña; secretario de Prensa del Consejo de Estado…
Podrían ser estas líneas extremadamente largas e infinitas. Pero, no pueden serlo menos cuando se alude al hombre que echó a un lado su propia labor profesional para unirse al pueblo que iniciaba la construcción de una sociedad democrática, tras la caída del régimen Trujillista.
La prensa nacional destaca sus batallares y defensa de los ideales de la nación, ya fuera desde uno de los hemiciclos legislativos o en las aulas universitarias, tantas veces enfrentadas y bañadas de sangre en las luchas por las transformaciones políticas, económicas y sociales.
Cury supo de tragos amargos y los desafíos que imprime el decoro que enfrenta las injusticias. Conducta y profesión le ubican entre esa pléyade de hombres y mujeres de la República Dominicana, cuyos principios éticos reverberan en la mayoría de los que se formaron bajo su aliento y crecieron en la “identidad, estructura, servicios y personal”, que identificaron su firma.
Con Alphonse de Lamartine decimos a Jottin Cury el adiós o hasta siempre, sin olvidar que “A menudo el sepulcro encierra, sin saberlo, dos corazones en un mismo ataúd”. Es el caso.