Llegar a la tercera edad, a la época de oro o la ancianidad es sinónimo de respeto, reverencia y gratos privilegios en algunos países del mundo; pero, en República Dominicana parece que la vejez es equivalente a olvido, abandono y desesperanza, características que se pueden observar en los rostros de ancianos que deambulan por las calles y piden para poder subsistir.
Esta situación se vive en cualquier semáforo o esquina concurrida de la ciudad de Santo Domingo, donde envejecientes con manos arrugadas, cansadas y sin fuerzas, apelan con cierta parsimonia a la caridad pública, a fin de obtener la limosna que puede ayudar en algo al sustento diario y para pagar sus medicinas.
La mayoría de estos seres humanos fueron en su juventud personas productivas y trabajadoras, que con gran esfuerzo levantaron a sus hijos hasta encaminarlo hacia un mejor futuro; pero, una mala jugada de la vida o la falta de oportunidades para terminar sus días felices lo llevaron a mendigar en las vías y a depender de la generosidad de los demás.
Muchos ancianos piden sus limosnas acostados o sentados en el suelo, en algunos casos para sensibilizar a las personas y en otros porque sus piernas cansadas por dolencias y quebrantos no les permiten mantenerse en pie, ni moverse de un lugar a otro.
Tal es el caso de Margarita Asunción, quien viene desde Villa Altagracia a pedir en el Parque la Lira, en la López de Vega con Abraham Lincoln, porque no tiene los recursos necesarios para vivir y además no cuenta con el apoyo de sus hijos, quienes la consideran loca.
Asimismo, la señora Teresa García, quien vive y duerme en el Conde desde que el ciclón George del año 1998 le arrancó su casita, encontró refugió en esa plaza comercial, porque no tiene hijos y su familia la abandonó a su suerte.
Tras percatarse de que estaba hablando con la prensa, García se rehusó a seguir conversando, alegando que está cansada de ser entrevistada y pedir ayuda al presidente Leonel Fernández, por lo que ya perdió las esperanzas de una vida mejor.
Pero Teresa no es la única que vive en el Conde, otros ancianos que no quisieron ser identificados dependen de lo que turistas y peatones dominicanos en la Zona Colonial les den para su subsistencia. Ante el cuadro tan dramático que viven estos longevos sería prudente preguntarse: ¿Es esto un problema de Estado o de la familia, basado en la ingratitud de los hijos?
Cualquiera podría responder que la responsabilidad principal recae sobre los descendientes y familiares, que deben tener la responsabilidad moral de atender a sus progenitores y devolverles con cariño y atenciones lo que una vez recibieron de ellos.
Pero, si la situación económica de los hijos es insostenible para mantener a sus padres, entonces la carga debe asumirla el Estado como protector y responsable de la seguridad de sus ciudadanos, a través de los ancianatos, instituciones que deben existir para dar techo, medicina y alimentos a las personas mayores que lo necesiten.
La realidad es que tanto el Estado como los hijos se han olvidado de los mayores, dejándoles desamparados y sin ningún tipo de protección, razón por la cual se les ve en búsqueda de alguna mano solidaria que les apoye para continuar viviendo.
Además de que en el país no hay suficientes casas de ancianos o asilos para atenderlos, los pocos que existen no reciben la ayuda requerida del Gobierno y sólo logran sobrevivir con donaciones de las iglesias y de voluntarios que prestan sus servicios y conocimientos profesionales a favor de los más necesitados.
Un caso palpable es la Casa de Ancianos Bethania, que funciona de manera improvisada en el pasillo del segundo nivel de la Escuela y Parroquia San Vicente de Paul, en Los Mina, debido a que la casa donde se desempeñaban, en la calle Fausto Maceo, número 60, la están reparando a paso muy lento.
Fátima Ventura, subdirectora del asilo, explicó que tiene recluidos 18 ancianos que encontraron en las calles y otros que fueron trasladados por vecinos, ya que las familias casi nunca toman la decisión de llevarles.
Ventura comentó que los viejitos reciben alimentos, techo y asistencia médica general suplida por la iglesia, un geriatra que voluntariamente los atiende y los servicios de estudiantes pasantes de Psicología y Medicina.
Dijo que prácticamente se pasa el día entero con ellos, pues como es pediatra perinatóloga y tiene conocimiento en medicina, ayuda en todo lo que puede y dirige el personal encargado de cuidar a los ancianos.
Igual situación vive el Hogar de Adultos Avanzados y Asistencia Domiciliaria, quien atiende a 8 ancianos en una pequeña casa, con un médico y varias personas encargadas de alimentar y suministrar las medicinas a cada uno.
“Aquí no sólo le alimentamos y curamos, sino también les damos cariño, porque aunque algunos tienen familia, casi nunca vienen a visitarlos y uno tiene que hacer el papel de hijos y amigos a la vez para aliviar la tristeza que tienen, por no contar con nadie que les ame en estos tiempos”, declaró Maritza Viola, enfermera del Hogar de Adultos.
Es lamentable que estas personas acaben así sus últimos años de vida, de manera tan indignante, luego de haber luchado, trabajado y pagado sus impuestos. Esta ruta final debía estar amparada no sólo por aquellos a quienes les dieron todo, sino, además, por cuantos dirigen este país que ellos y ellas ayudaron a formar con sus propias existencias.
Ancianos abandonados piden para subsistir
LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
Story
Page