Este es un testimonio inédito, ofrecido por el prestigioso abogado y académico Levíd Antonio Hernani González de la Cruz a los lectores de DominicanosHoy, acerca de la manera en que, de una manera imprevista, ayudó a liberar a los prisioneros del Movimiento 14 de Junio, cuyas principales figuras de la dirección revolucionaria no pudieron ser rescatadas en esos momentos de las sombrías cárceles trujillistas. No obstante, una parte de ellos pudo abrazar a sus familiares y amigos, aquel día, en el despacho de Rafael Leónidas Trujillo…
Por la fuerza dramatúrgica de este testimonio, lo transcribimos textualmente:
A Trujillo se le ocurrió postularse como Gobernador de Santiago. El iba mucho allí y en una declaración que dio a periodistas de La Nación y El Caribe, que eran los dos periódicos de esa época de mayor circulación, dijo que dos familias de la jurisdicción de Salcedo, los Mirabal de Ojo de Agua y los González de Conuco, eran los focos conspirativos que él consideraba sus adversarios políticos. Esto fue publicado por la prensa nacional.
Yo estaba en la capital cuando leí esto y me preocupé mucho. Entonces decidí irme a casa, porque pensé que iba a haber una represalia con el resto de los familiares nuestros. Eran casi las 11 de la mañana, conversaba con mi madre, cuando llegó un señor muy querido por nosotros, casado con una prima hermana de Minerva Mirabal y sus hermanas, doña Dulce Pantaelón. Se trataba de Héctor Esperanza Saba, hoy ya fallecido. Nos dice que a través del doctor Mario Fernández Mena, también emparentado con la familia Pantaleón, Trujillo le había informado que iba a enviar un representante suyo, muy estimado por él, y gran diplomático de carrera, el doctor Manuel de Moya Alonso, para conversar con representantes de ambas familias.
Dijo que quería una entrevista con nosotros, sin intercepción de nadie más y que podía ser cuanto antes, al día siguiente, mejor. Mi padre había muerto, yo era el mayor y debía estar junto a todas esas madres de muchachos presos y el resto de los familiares. Se acordó la cita con Moya Alonso para el día siguiente. Los Mirabal estuvieron representados por Mercedes Reyes Camilo,Doña Chea, ese tronco de la familia, madre de las Hermanas Mirabal.
Moya Alonso llegó en un carro negro Mercedes Benz y nos trató con simpatía. Habló con las personas mayores, pues por carencia de espacio los más jóvenes nos manteníamos afuera.
Después de casi una hora allí, informó que comunicaría la causa de su presencia en nuestra casa. Afirmó que el generalísimo Trujillo le había recomendado ir, pues él sabía que todos adversaban su régimen y que la mayor muestra era que muchos miembros de la familia estaban presos por conspirar contra el Estado dominicano. Por consiguiente, para buscar cierta armonía, nos proponía fundar, de acuerdo con las leyes de la República, un partido político de oposición, para que en las próximas elecciones entráramos en competencia con el Partido Dominicano que representaba al gobierno trujillista.
Mire que gancho nos tiraron, crear una militancia opositora que llevara candidatos propios frente a los de ellos; pero, que en caso de que no se quisiera hacer eso, si seguían conspirando clandestinamente, para no violar la ley de seguridad pública, el gobierno impondría el orden con mano férrea para la paz de la República. Ahí terminó. Fue un ultimátum.
Cuando concluyó Manuel de Moya Alonso, nadie dijo nada. Allí estaba una persona que por solidaridad participó en la reunión con nosotros, una excepción, pues la mayoría de quienes nos conocían no sólo se alejaron, sino que hasta se cambiaron el apellido. Ese señor, cuyo nombre no recuerdo, le decían “Gallito de Tenares”, habló al ver que nadie respondía y resaltó las virtudes de nuestras familias.
Pero el mediador se quedó callado, pues quien había hablado no era miembro ni de los González, ni de los Mirabal. Entonces uno de mis tíos y me dijo que yo debía responder en nombre de todos. Fue una verdadera sorpresa. Yo no quería intervenir porque él era un diplomático y yo un estudiante de Derecho. Temía no hablar correctamente, dadas las circunstancias que vivíamos. Pero, el hermano de mi padre, Francisco González me dijo: – ¡Salva la familia!
El caso es que me sentí con ese deber ineludible y con una rabia contenida improvisé mi discurso. No recuerdo que dije, pero sé que al terminar, Manuel de Moya Alonso me alzó del piso en un gesto de satisfacción y me dijo que reiterara mis palabras para grabarlas y llevárselas al jefe. Había dejado claro en mi exposición la postura de nuestras familias y a todas luces su contenido pudo impresionar al enviado de Trujillo.
Al día siguiente vino el doctor Fernández a avisarnos que el doctor Moya Alonso reclamaba nuestra presencia y que Trujillo nos recibiría en su despacho, en Palacio, que no avisaran a ninguna representación política de la provincia, sólo a nosotros.
Salimos temprano de Conuco, casi todos los padres, madres, esposas de familiares presos. Era una delegación muy amplia. Cuando llegamos a la calle Independencia, nos estacionamos en un hotel ubicado cerca, hasta que nos dijeran que podíamos ir ante Trujillo. En ese intervalo de espera, el doctor Mario Fernández Mena me hizo saber que Moya Alonso deseaba verme primero en su casa de Arroyo Hondo. Fui acompañado de varias personas más y allí me recibió con una bata de baño y nos llevó al área de la piscina. Entonces se aisló conmigo en una mesita pequeña y me dijo que mi discurso había impresionado al jefe. Me aseguró que liberaría de La Victoria a varios de los familiares presos; pero, aseguró que no saldrían ni Minerva, ni María Teresa, ni Pedrito, ni Manolo, ni Leandro, ni ninguno de los que estaban a la cabeza del Movimiento.
Al primero que puse en la lista fue a Nelson González Mirabal y el reaccionó negativamente, apuntó que como era hijo de doña Patria no lo iban a liberar. Riposté que era apenas un adolescente de 16 años y que no era responsable de sus actuaciones; que era inocente y que por favor, no lo excluyera de la lista. Entonces lo puse al final, después de una gran cantidad de nombres de primos, tíos y algunos que no eran de la familia, como Bienvenido Tejada y Fafa Taveras. Todo ese grupo de jóvenes aparecía allí y Moya Alonso me aseguró que saldrían ese mismo día de la cárcel, pero que tenía otra recomendación del jefe: que uno de los González representara al Partido Dominicano en Salcedo y otro fuera congresista, diputado. Me pidió de inmediato los nombres y yo me quedé pensando, comprendía que aquello era otro gancho, pero debía actuar…
Propuse, sin haber hecho consulta alguna, a mi primo, el doctor Luis Nelson Pantaleón González, quien era Procurador Fiscal, como presidente del Partido Dominicano en Salcedo y diputado a Jesús María González Pantaleón, primo hermano de Pedrito González, el esposo de Patria Mirabal. Tenía que buscar una salida y cuando regresé junto a mis parientes y les expliqué todo ellos se molestaron conmigo, pero les advertí que teníamos que actuar para quitarnos de arriba aquella maldición. Finalmente, vieron todo como inevitable.
“De ahí fuimos a Palacio, donde nos recibió el jefe de Protocolo y nos llevaron al salón de mayor lujo. Allí estaban los periodistas de la prensa amarilla, quienes entrevistaron a quien quisieron y dieron la versión que desearon de aquel encuentro. Trujillo llegó, nunca se me olvidará, vestido con un traje azul marino, de la última moda y cuando dijo con su cinismo peculiar: – Señores, ¿ustedes andan de visita por acá? Cada quien se presentó y le dio la mano al jefe.
Cuando me tocó saludarlo, Manuel de Moya Alonso le señaló que yo era el autor del discurso que él había escuchado detenidamente. Le aseguro que nunca olvido su mirada penetrante, que no soslayé. Me apretó la mano y me di cuenta que estudiaba mis reflejos. Mis tías lloraban y pedían por favor que liberaran a sus hijos.
Entonces, poco después tuvo lugar algo que nunca olvido: nos trasladamos a otro de los salones y de un lado se situaron los ministros, jefes del Ejército, militares, el maquiavélico del SIM, Johnny Abbes García, junto a otros más; en la otra parte del salón se ubicaron los familiares nuestros presos que figuraban en el listado que yo había hecho y que habían sido liberados: todos estaban allí, menos Fafa Taveras y, por supuesto, tampoco estaban Minerva, cabeza indiscutible del Movimiento 14 de Junio, ni su hermana María Teresa; ni Pedrito, Manolo, Leandro; ni otros de los que se reconocían como parte de la dirección revolucionaria.
Cuando los vimos, nadie se atrevió a correr hacia ellos, a abrazarlos, ni nada. Nos quedamos como paralizados. Todavía recuerdo claramente las palabras de Trujillo en ese momento: – Señores, aquí tienen a sus héroes. Y al decir esas palabras, con tono sarcástico, le preguntó al que le quedaba más cerca por qué estaba preso. Y aquel respondió: – Señor, estoy preso, por participar en varias reuniones para conspirar contra su régimen. Todos repitieron lo mismo y finalmente el sátrapa concluyó de esta manera aquella extraordinaria reunión: – No se metan en hondonadas, que yo puedo competir con cualquier país de América. He decidido liberarlos porque mucho sufrimiento, muchas angustias han vivido sus familiares. Pero si vuelven a delinquir ya ustedes saben lo que les espera. Y ahora, abracen a su familia.
Y eso fue muy emocionante. Terminó todo y nos fuimos para Conuco, donde hicimos una fiesta en casa de Jesús María González, primo de Pedrito, casado con una hermana suya. Estábamos tristes porque no obtuvimos un resultado total, pero al menos habíamos podido liberar a muchos de los presos en esas terribles cárceles trujillistas.
Le reafirmo que este testimonio no lo he ofrecido nunca antes.
Un discurso que impresionó a Trujillo y ayudó liberar los presos de La Victoria
LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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