A pesar de la idolatría que ambos reciben de sus muchos fanáticos, esta fue la primera vez en mucho tiempo en que dos grandes campeones fueron abucheados sonoramente por la multitud de más de 16.000 personas presentes en el estadio. Y gracias a la transmisión televisiva internacional, estamos seguros de que esa decepción se expandió a lo largo de todo el planeta.
Estamos hablando de la muy pobre actuación brindada por Shane Mosley y [sobre todo] por el rey de los listados libra por libra, Manny Pacquiao el pasado sábado en el MGM Grand de Las Vegas. Pacquiao se llevó la victoria en una clara pero deslucida decisión unánime.
Si hay una señal clara de la decadencia de un boxeador, esa es el choque repentino entre la mayor bolsa de toda su carrera y la peor actuación de toda su trayectoria. Cuando ambas cosas se encuentran, es inevitable que el "ganso de los huevos de oro" entre en sus últimos días de vida. Y si bien esta ocasión no marcó ni la mayor bolsa ni la peor actuación de ninguno de los dos retadores, lo cierto es que ha comenzado ya la cuenta regresiva.
En este punto de la carrera de Pacquiao, no exageramos si decimos que cada uno de sus combates es meramente un posible preludio a una pelea de ensueño ante Floyd Mayweather Jr. El combate necesita de la buena predisposición de ambos para llevarse a cabo, pero también necesita imperiosamente que sus actuaciones previas sirvan de mero aperitivo para que ese choque sea lo más atractivo posible.
Necesita, en definitiva, de actuaciones explosivas, únicas, extraordinarias, o por lo menos dignas de los US$20 millones que Pacquiao cobró por su mezquina actuación del sábado pasado. La conferencia de prensa posterior al evento arrojó algunos datos y comentarios a modo de excusa para las actuaciones de ambos, pero todo resultó ineficiente.
Casi como por arte de magia o telepatía, aparentemente ambos púgiles sufrieron algún tipo de lesión que afectó su movilidad justo en el sexto round. Mosley alega haberse doblado un tobillo, mientras que Pacquiao indicó haber sufrido un calambre en su pierna izquierda que le quitó "potencia y balance", y ambos lo sufrieron casi en unísono.
Todo muy bien. Pero francamente, una revisión del combate nos hace ver que no hubo mayor diferencia entre los primeros seis asaltos y los últimos seis. El nivel de acción fue igual de paupérrimo en ambos hemistiquios, y la falta de entusiasmo de ambos no pareció limitada a sus lesiones temporarias y definitivamente menores. Porque después de todo, ¿cuántos trabajadores del mundo recorren sus duras jornadas laborales con piernas acalambradas y tobillos lesionados a cambio de sueldos que, en su totalidad, no alcanzarían para comprar un boleto de ringside para una pelea de esta envergadura?¿Es lícito en este contexto pedirles a dos individuos como Pacquiao y Mosley, que ganarán un mínimo US$20 y US$5 millones de dólares respectivamente por este combate, que soslayen sus dolencias musculares a cambio de ganarse su pan (y sus relojes de oro, sus mansiones y sus aviones privados) en buena lid?¿Cuánto dolor se le puede pedir a alguien por esas cifras?
Ciertamente, no estoy pidiendo aquí una muestra de sacrificio sadomasoquista ni una demostración de castigo innecesario disfrazada de evento deportivo. Simplemente, hago una moción de anhelo para que podamos seguir viendo, de parte de los practicantes más ilustres de nuestro querido pugilismo, una actuación que nos emocione, nos provoque y nos pida más. Una actuación que nos haga imaginar choques futuros, y no recordar nostálgicamente choques pasados. Una actuación que no nos haga sentir defraudados.
LA CAÍDA QUE NO FUE
Una de las pequeñas controversias de la noche fue la anotación del décimo asalto en las tarjetas oficiales del combate entre Pacquiao y Mosley. En ese asalto, Pacquiao tropezó y cayó hacia atrás mientras Mosley lo golpeaba casi sobre el hombro, y el réferi Kenny Bayless [de buena actuación, exceptuando este pequeño gran error] decidió contarlo como una caída.
"Cuando el réferi declaró la caída me puse furioso", dijo Pacquiao, aclarando que Bayless le pidió disculpas por su error y admitió haber estado equivocado. Y lo mismo sucedió con Mosley, que pareció pedirle disculpas a su rival también mientras el conteo se estaba llevando a cabo.