No puedo sustraerme a las mentiras y sinrazones de los politicastros, las acciones son más dañinas que la tormenta tropical que es pasajera. La directiva a tomar es la basada en la no violencia de la razón, un derrotero nacionalista cimentado en el decálogo Duartiano.
Mi maestro capitán de mar océano John Percival no anclaba la nave cuando la borrasca azotaba, salía a cambiar rumbo y velocidad, con pericia se defendía de la fuerza invisible de la naturaleza y ganaba la vida. Es mi perenne ejemplo.
El 30 de noviembre de 1952 estaba prestando servicio a bordo del vapor “Nuevo Dominicano II”. En Puerto Plata compre frutas y una revista. Salimos con carga para Nueva York. La revista me entregó esta historia.
En uno de los puertos de las Indias Occidentales estaban anclados seis grandes buques de varias nacionalidades, entre ellos uno de la marina Inglesa. De repente se desató con todo su furor, una tremenda tempestad. Cinco de las naves se aseguraron con fuerte cadenas y permanecieron ancladas en el sitio donde estaban. El capitán de la otra nave hizo levantar anclas y se fue a mar abierta a correr la tempestad.
El viento y las olas embravecidas dieron con ímpetu sobre su nave, pero esta pudo resistir todas las embestidas. Al cabo de dos días, al amarinar la tempestad, el capitán regresó al puerto y lo único que encontró de las naves que se habían quedado allí fueron los cascos que habían sido lanzados sobre los acantilados.
Lo mismo sucede con la vida, el que es indiferente, rehúye la lucha justa es un vencido. El que se lanza a los reclamos justos basados en la Constitución y leyes; siempre en comunicación con Dios, resistirá, no importa cuán desigual y lo duro que sea, saldrá en alto la bandera de las leyes de la convivencia humana. Sencillamente se impone la ley del amor del hombre por el hombre.
El amor es el sólido fundamento de la sociedad. El hombre tiene por obligación poner toda su energía en la templanza y dignidad, ahí está su trajinar, es el bien que se impone al mal.
Mantener el rumbo moral que nos legó nuestro Patricio Juan Pablo Duarte, con sus enseñanzas morales sociales, políticas y patrióticas le manifestó a los Puertoplateños que “La mayor recompensa, la única a que aspiraba, era verlos libres, felices, independientes y tranquilos”.
El autor es vicealmirante retirado de la Marina de Guerra.