Ni hablar de lo que significa un terremoto de 8,9 grados en la escala Ritcher.
En Tokyo, las imágenes son más que escalofriantes y devastadoras. Nada puede ser ajeno para el resto de la humanidad y aún cuando no amenazara, como así es, a medio centenar de países del pacífico americano y territorios adyacentes, igual dolería hondo lo que sufre esa población asiática.
Centenares de muertos, heridos y desaparecidos, el agua que cubre extensas
zonas y unido a las inundaciones, incendios y edificios destruidos, se anuncia
la evacuación de vecinos próximos a la planta nuclear, cuyo proceso de
enfriamiento no ha podido lograrse.
Como un fenómeno desencadenante avanzan los sucesos y las autoridades asumen medidas máximas, en tanto que la cruz roja teme que el tsunami cubra islas enteras de nuestra región. México, California, Salvador, Chile, Perú, Ecuador desarrollan acciones protectoras de la población civil desde horas tempranas.
Las costas del pacífico americano advertían del golpe de olas de hasta dos
metros. Aún se espera con incertidumbre y temor lo que acontecerá en las
próximas horas. La dramática situación recuerda que más allá de los cuatro
millones de hogares sin energía eléctrica en Japón, conserva su vida la mayoría, porque las construcciones y edificaciones erigidas con normas antisísmicas constituyen verdadero soporte ante eventos de tamaña envergadura, como este terremoto de 8,9 grados.
Un testigo presencial de los hechos, natural de Chile y quien trabaja y vive en Japón desde hace más de siete años, reflexionaba mientras transmitía alarmado los acontecimientos, que si algo así ocurriese en uno de los países de la América nuestra, difícilmente sobreviviría gran parte de la población.
A Japón y su pueblo debe llegar la solidaridad y amor de cada ser humano en el
planeta y las reflexiones acerca de indiscriminadas construcciones sin reglas y orientaciones sismológicas que se llevan a cabo actualmente, tienen que ser
también motivo de reflexión en estos momentos.