Cada cambio institucional influye con resultados evidentes, en la presencia femenina en la sociedad. En estos diez años transcurridos durante el siglo XXI, los datos estadísticos geo-referenciados aportan elementos a tener en cuenta y reclaman nuevas maneras de ejercer el poder político, económico y social.
Poder, se define como control de recursos materiales e ideológicos acumulados considerados como esenciales recursos culturales para la sociedad. Y como bien explica Clara Jisidman Rapopot, experta del Seminario de Cultura Mexicana, esos bienes materiales, físicos, humanos, financieros, se intercambian durante los procesos sociales en las manifestaciones intelectuales del conocimiento, la información y las ideas sesgadas por valores, tradiciones, creencias religiosas o apreciaciones que modifican acciones.
Ella en su texto Mujeres y Poder aclara: “El poder desarrolla, estimula, crea, amplia y permite construir individual y colectivamente. Pero, las mujeres excluidas tradicionalmente por la cultura de masculinidad, están inmersas en una relación de género que se identifica por la desigualdad entre lo femenino y lo masculino…Un ejemplo, en los últimos 30 años de gobierno mexicano sólo 6 mujeres han ocupado altos cargos gubernamentales”
Las causas fundamentadas por las diferencias sexuales y biológicas omiten visibilizar a las mujeres y el poder atendiendo al uso y costumbre, se materializa en la legislación, la herencia, los créditos, en el trabajo por igual salario, el control de su cuerpo y demás condiciones familiares y matrimoniales, entre otras.
Un tema imperceptible está relacionado con la influencia de la educación, los medios audiovisuales de comunicación, la prensa escrita y la magia de las redes sociales digitales, además del arte, la literatura y la cultura en general.
Tales estudios académicos vale aplicarlos a hechos reales. En 1970 las mujeres ocupaban menos del 17% de la fuerza laboral, mientras que después del 2008, alcanzan el 42%. La población en México se divide en 52 de mujeres y 48 de hombres. La ciudadanía que ejerció el sufragio en las elecciones pasadas fue mayoritariamente femenina.
¿Cómo es posible que todavía se hable de estrategias políticas sin tener en cuenta a ese sector poblacional, omitido hasta por el lenguaje excluyente, sexista y patriarcal, para referirse solamente a los ciudadanos y los funcionarios?
Cómo aceptar ciertas provocaciones que sugieren culpar de los problemas de la juventud, a las madres que se alejan del hogar para trabajar fuera, como si la familia fuera responsabilidad femenina exclusivamente, según los viejos y rígidos conceptos discriminativos.
Dónde quedaron en la divulgación, los avances alcanzados por las féminas en su batallar contra la desigualdad en las relaciones del poder. La historia las omite en el estudio de los procesos y sólo la enumeran de manera aislada.
Todavía se trata de ignorar el valor real de las tareas hogareñas como parte de la reproducción de la fuerza de trabajo y escolar, porque sin estas labores domésticas seria incosteable satisfacer las imperiosas necesidades de alimento, aseo, atención y descanso.
Las relaciones entre masculino y femenino se están modificando en el siglo XXI, desde las demandas por el sufragio obtenidas por las feministas luchadoras. Lograron ocupar espacios públicos, todavía insuficientes, y se integran a las organizaciones civiles mientras declaran sus derechos humanos con transversalidad de género. El discurso también tiene que cambiar y por eso: ¡El 8 de marzo debe seguir celebrándose!
*Maestra en Ciencias de la Comunicación
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