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Juan Pablo Duarte en la selva venezolana

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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Febrero  mes de la Patria. La razón indica que la Patria es el diario vivir unido al amor de Patria del Patricio Juan Pablo Duarte.

Al decir de Pitágoras estoy en la edad invierno. Agrego, no congelado. En esta etapa de largo trajinar vivo tiempos retrospectivos. Hacen 38 años el vicealmirante Ramón Emilio Jiménez Hijo, secretario de Estado de la Fuerzas Armadas estuvo de visita oficial en la República de Venezuela durante cuatro días. Lo acompañé como su edecán.

El día 16 de enero de 1973 se efectúa la visita a la Corporación Venezolana de Guyana, gran centro siderúrgico. Cuando íbamos en el avión de la Fuerza Aérea Venezolana, viendo el caudaloso río Orinoco, una repentina melancolía se adueña de mi espíritu, el hipocampo y el cerebelo principales centros de la memoria me presentan la imagen de Juan Pablo Duarte penetrando en la selva inhóspita que bordea este río. El Patricio caminaba en búsqueda de un santuario de paz.

El padre de la libertad dominicana desaparece en lo desconocido, es la pureza que lo aleja, se mantiene, en la altura de prócer digno. La conciencia cívica, la más noble que ha existido de nuestra Patria.

En río Negro afluente del Orinoco, está la aldea Río Negro, enclavada en Los Andes, en plena selva. Allí planta su altar de dignidad y templanza. Se ocultaba de la verdadera selva, la de los hombres, llamada civilización; no anida el amor del hombre por el hombre.

Pensaba que el Orinoco fue la ruta principal que llevó a Duarte al río Negro. Sentía agitación, ansiaba conocer, caminar en la tierra noble de la aldea que lo acogió.

Río Negro es un paupérrimo villorio indígena situado en la raya que por la parte del Orinoco divide al Brasil de Venezuela. De un lado la cordillera de los Andes, del otro, la selva con su inmensa verdura, cierran por todas partes el valle escondido sobre la planicie y aíslan prácticamente a los pocos seres  que allí viven de todo contacto con la civilización. Es un mísero caserío, construcciones primitivas que se amontonan en desorden en el recodo donde el terreno ofrece menos dificultades. Lugar atacado por fieras, aguas de pirañas y anacondas, es una aldea de pescadores.

Cultivan el maíz, poco pastoreo y la matanza de animales salvajes como ocupación cotidiana. No hay escuela, la comunicación entre tribus es con la rustica canoa.

El correo llega a lomo de mulo, trae algún periódico para la autoridad, es el único contacto dos veces al año. En este perdido lugar de la selva montañosa se recluyó el Patricio durante17 años. ¿Que vida hizo allí?. Los pocos pobladores le permitían compartir sus medios de subsistencia a cambio  de la instrucción que impartía a la niñez.

Duarte en este aislamiento voluntario nos deja su grandeza que consistió en vencerse a sí mismo, sometimiento a la meditación y de seguro en esas largas noches oscuras escuchando la sinfonía de la naturaleza selvática miraba a su interior y se concentraba en sí mismo escuchando la gran voz del silencio.

El sacerdote misionero portugués San Gervi en una de su peregrinaciones por el Orinoco conoció a Duarte. El sacerdote quedó impresionado en sus conversaciones espirituales y se propuso atraer a este hombre de tanta pureza sacerdotal y poco a poco fue convenciéndolo para que mitigara su soledad  y se retirase a un sitio menos inhospitalario.

En el 1860 Duarte se establece en la región del Apure y vuelve a reanudar las conversaciones con San Gervi, quien le enseña del portugués y la teología sagrada. En 1861 muere San Gervi. Es un gran dolor para desterrado, pierde el gran amigo. Se abre un vacío de apoyo espiritual, su gran alivio en el largo destierro, esto lo impulsa volver a Caracas.

El 8 de agosto de 1862 regresa a Caracas. La selva lo envejeció en esos 17 años. La ondulosa cabellera plateada, un aspecto de apóstol, huellas de la soledad, la separación de los seres queridos. Vuelve a la vida al abrazar a su hermano Vicente.

Me anima concluir con este pensamiento de nuestro Patricio Juan Pablo Duarte, que hoy sigue teniendo el gran valor de Patria:
Entre los dominicanos y los haitianos no es posible la fusión.

El autor es vicealmirante retirado de la Marina de Guerra.

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