“¡Soldados, cuarenta siglos os contemplan desde lo alto de esas pirámides!”, con esa arenga dirigió Napoleón Bonaparte a sus soldados a la batalla en Egipto, en 1798, nación identificada por los fastuosos monumentos fúnebres a Keops, Kefrén y Micerino.
Egipto ha estado en la palestra, por la revolución pacífica que acaba de poner fin a 30 años de un régimen despótico, y el acento se ha colocado en su valor geoestratégico para la política estadounidense en el Medio Oriente, y en su incidencia para la economía mundial por el rol del canal de Suez en el traspase del petróleo.
Pero Egipto es, sobre todo, un gran patrimonio de la historia y de la cultura.
Si bien el origen del monoteísmo se remite a Mesopotamia, donde se suscribe hacia el año de 1850 antes de la era cristiana, la alianza Dios-Abraham, su concreción se va a verificar en territorio egipcio, en el Monte Sinaí, lugar al que Dios llama a Moisés para dictarle los diez mandamientos.
Los descendientes de Abraham, por el hambre, emigraron a Egipto, donde fueron esclavizados, pero ahí recibirían la promesa que los convocó a la tierra prometida.
A mediados del siglo anterior, Egipto fue escenario de dos descubrimientos: la biblioteca gnóstica de Nag Hammndi y el Evangelio de Judas, que junto con los Manuscritos del Mar Muerto, en Tierra Santa, completan los textos que circulaban en los primeros siglos del cristianismo.
Entre apócrifos y canónicos, hasta que aparecieron los del Mar Muerto, se contaban 223 evangelios, pero esa sola biblioteca adicionó 510, entre los que están aquellos que el canon judío excluyó porque resaltaban tanto la misión de los ángeles, que la equiparaban con la de Dios. Aunque como apócrifo, se terminó designando a lo que provenía de autores desconocidos, en principio fue un género literario, como el apocalíptico, ambos censurados porque su lectura podría provocar visiones y experiencias místicas.
Esos textos remiten a las ideas de los esenios, mientras los hallazgos egipcios de las cuevas de Nag Hammandi y de Gebel Qarara: Los Evangelios Gnósticos y de Judas, también gnósticos, ilustran sobre las creencias de estos primeros cristianos, luego perseguidos por la visión de otros cristianos que lograron el aval del imperio.
Lo poco que se conocía, con la debida certificación de la datación del carbono catorce, eran las referencias refutatorias de evangelistas o de padres de la iglesia.
Hay diferencia sobre el sacramento del bautismo, sobre el que dice Evangelio de Felipe, uno de esos escritos gnósticos, que mucha gente, “se sumerge en el agua y vuelve a salir sin haber recibido nada”, tras lo cual la proclaman cristiana, condición que para los gnóstico no se alcanza hasta que no descubres la luz interior.
Para ellos, y así se enfoca en el Diálogo del Salvador, la ignorancia de uno mismo, es autodestrucción.: “Si uno no entiende como nació el fuego se quemará en él, porque no conoce su raíz. Si uno no entiende primero el agua no sabe nada… Quienquiera que no entienda cómo vino no entenderá como se irá.. La humanidad se regocija de que ese patrimonio escapara a la hoguera, y que se preservara oculto en esas cuevas por los siglos de los siglos.