Una de las cosas más admirable del Imperio Norteamericano es que siempre, por difícil que sea la situación, basan su política en el más estricto sentido común, cargado de una simpleza capaz de entenderla hasta el más tarado de los seres humanos.
Por ejemplo, ¿qué egipcio no podía entender el que los cambios tienen que empezar ahora? Cuando Barack Obama habló al mundo no hubo un solo ser viviente que pusiese en dudas el implacable hecho de que el dictador egipcio, Hosni Mubarak, tenía la huída en las manos. Obama le agregó dos ingredientes que tendrían los efectos de una salsa picante: el pueblo egipcio es el responsable por los cambios y atacar a ese pueblo era intolerable. La política quedó claramente definida y fue aplicada.
Mis lectores recordaran que cuando Barack Obama luchaba por la nominación demócrata afirme que ganaría y que ganaría las elecciones porque hasta ahora yo no había visto que el Imperio fallara en la elección del Man for the Job, que en español significa: el hombre ideal para el trabajo.
¿Cuál era el trabajo? Llevar la democracia capitalista al mundo árabe. ¿Por qué? Porque el Imperio Norteamericano no tiene cómo competir con el Imperio Chino si no conquista el mercado musulmán. Pero ese mercado, tan grande como el chino, necesita de la expansión democrática o no funcionará. Ese cuento musulmán de que las mujeres no pueden manejar, cuando son ellas las que más vehículos compran, tiene que acabarse: por el bien de Alá el Grande.
Nuestra democracia, en esta América, sufre de la misma enfermedad: los líderes quieren mantenerse en el poder, eternamente, usando en forma degenerada los recursos del Estado. Como repuesta a ese fenómeno, el Imperio elaboró la doctrina Obama, que dice: El liderazgo debe servir para fortalecer las instituciones, no el usar las instituciones para fortalecer el liderazgo personal. Esa doctrina es la que explica por qué la reelección no podrá imponerse en nuestro suelo ni con votos ni con botas: quienes lo intenten saldrán huyendo como Hosni Mubarak, solo que a mayor velocidad y perseguidos de cerca por el enemigo.
¿Usted vio cómo yo le explique esos fenómenos de complejidad mundial y usted lo entendió? Eso es sentido común: la más efectiva arma del Imperio Yanqui.