Sin que la vergüenza del país se haga sentir como corresponde, España se empecina en proyectarnos como farsantes a los que se les ha antojado, sin aval, proclamar que en nuestro suelo descansan los restos de Cristóbal Colón.
España recibe anualmente 52 millones de turistas, que escogen como tercer monumento más frecuentado la Catedral de Sevilla, que tiene, como una de sus obras fúnebres más fastuosas, la que ellos dicen que contiene los restos de Cristóbal Colón. Recién sostuve un breve intercambio con una guía turística andaluza, a la que le reclamé, cuando nos mostraba como una verdad fuera de toda duda la majestuosa tumba, que cuando menos admitiera que ese era un tema en antiquísima discusión.
“Ninguna discusión caballero, éstos restos que están aquí han sido sometidos a dos pruebas de ADN, que han confirmado que son los de Colón, mientras que el gobierno de su país se niega a hacerles la prueba a los que ustedes dicen tener allá…”
Le observé que, aunque España afirmaba que esos eran los restos de Colón, admitía que allí no estaban completos, por lo que había una brecha también a favor de los argumentos dominicanos, y en ese me confirió razón. Pero no es ninguna brecha, no continué la discusión para que no me mandaran a sacar de allí, acusado de alterar la solemnidad del lugar.
La historia que cuenta España es que los restos de Colón fueron traídos a Santo Domingo, como fue voluntad del difunto, y trasladados a Cuba en 1795, en virtud del tratado que otorgó toda la isla a Francia, y que de Cuba, a raíz de la independencia, fueron repatriados a Sevilla.
Pero no se cuenta lo que demostró el hallazgo de dos tumbas en la catedral de Santo Domingo, el 10 de septiembre de 1877, ampliamente documentado por Emilio Tejera, en dos opúsculos en que demostraba que los restos sacados hacia Cuba, no eran los de Cristóbal sino los de su hijo Diego.
El hallazgo de 1877, sobre el que escribió otro formidable ensayo Américo Lugo, encontró que las tumbas de Luis y don Cristóbal Colón estaban intactas, y la vacía era la de Diego. El cónsul español de la época, José Manuel Echeverri, le confirmó a su gobierno que el hallazgo era verídico, y murió de tristeza expulsado del servicio exterior.
Después España envío como comisionado para el tema a Sebastián González, que en su informe favoreció el descubrimiento, y sus conclusiones fueron rechazadas. Luego enviaron un señor que sin poner un pie aquí, escribió rechazando cualquier posibilidad de que los restos hallados en Santo Domingo fueran los de Colón.
La Real Academia Española de la Historia, se hizo ciega, sorda y muda. Francisco Henríquez y Carvajal intentó presentar los argumentos dominicanos en un cónclave de la Sociedad de Americanistas en París, y España lo impidió.
En el IV Centenario del Descubrimiento, el Centro Dominicano de la Unión Americana, le imploró a España reconocer que donde reposan las cenizas del descubridor de América, es la Catedral de Santo Domingo, y cien años después un estadista dominicano, para homenajear la historia del país, construyó el faro donde reposan los auténticos restos de Colón.