Una mano peluda auspicia el sainete que ha impedido que el cadáver del presidente Carlos Andrés Pérez haya recibido una sepultura digna, más de un mes después de haber entregado su último aliento.
Quienes hemos sido convocados por el deber de conciencia de hacer valer la voluntad del amigo fallecido, que en distintas oportunidades expresara su deseo de no volver ni vivo ni muerto a una Venezuela regenteada a los irracionales antojos de Hugo Chávez, no hicimos más que mirarnos en la corte de Miami, que empezó a conocer el caso, cuando en representación de la familia procreada con la señora Blanca Rodríguez, presentaron calidades integrantes de la sede de Washington de la principal firma de abogados del mundo.
Ninguna de las dos ramas de la familia de Pérez dispone de holgura económica que le permita contratar esa firma para un conflicto que no envuelve la reclamación de una herencia, porque el único patrimonio en juego, fue la cripta que dispuso que le compraran en Miami, para aguardar muerto y sin ninguna prisa una Venezuela sin Chávez.
El mejor homenaje que le ha hecho la muerte a Carlos Andrés Pérez, es mostrar cuan injustas fueron las imputaciones de corrupción que le hicieron. El hombre que conocí y que traté en su estadía en República Dominicana, del año 2000 al 2003, no tenía el menor interés en cosas materiales. Vivió hasta los 88 años, después de haber padecido una parálisis, que le inmovilizó cuerpo y voz, pero nunca la mente.
Salió de nuestro país por la presión insoportables a que Chávez sometió al gobierno de Hipólito Mejía, al que en dos oportunidades le cortó el suministro de petróleo.
A un personaje con acceso a los oídos de Chávez se le ocurrió que reuniones entre distinguidos venezolanos que visitaban a Pérez y algunos dominicanos, tenían intenciones conspirativas, cuando sólo eran pretextos de Carlos Andrés para compartir las exquisiteces que le hacían llegar presidentes y amigos de todas partes.
Ese hombre muerto y reivindicado es un peligro para Chávez. Su sepelio en Venezuela estaría rodeado de incidentes peores a los escenificados por el chavismo en las honras fúnebres del cardenal Ignacio Velasco, a cuyo cortejo turbas “espontáneas” le arrojaron basura y heces fecales.
Como demostró en su exposición ante la corte el historiador venezolano Agustín Blanco, Chávez procura la extradición póstuma de Pérez, con la intención de sepultar con él la cuarta república.
La obsesión ha sido tan obvia, que, aunque una tramitación de divorcio puede tomar sólo seis meses, el abogado Segundo Velásquez demostró que durante más de diez años gestionó la separación de Carlos Andrés Pérez y Blanca Rodríguez, pero una mano muy poderosa impidió que ese propósito se consumara. Tres jueces de una corte de apelación que acogieron un reclamo que favorecía al expresidente, fueron expulsados del sistema judicial, y ningún otro se ha atrevido a acogerse a la ley.
Ese matrimonio era para Chávez la garantía de recibir a Carlos Andrés, aunque estuviera muerto, para exponerlo a las burlas y desconsideraciones que se le ocurran.