El año 2010 concluyó con inundaciones en muchos países y con ellas las consecuentes penurias, pérdidas de vidas humanas y de hogares. Sin embargo, la sequía también diseminó su silueta estéril y sombría por otras naciones del mundo.
Para los especialistas en el tema, estos dos efectos del cambio climático redundan en los efectos de una crisis alimentaria que no parece tener fin.
Resulta como un círculo vicioso que gira y no acaba de romperse por algunos de sus puntos para que penetren aires de soluciones. Los precios se incrementan consecuentemente y, en el decir de Antonio Hill, asesor regional de Campañas e Incidencia de la corporación Internacional Oxfam, “al verse afectada la agroindustria, la oferta desciende y la demanda se eleva”.
Así van las cosas por este mundo, las emisiones de Gas Efecto Invernadero (GEI), afectan al sector agroindustrial y se prevé que los precios de los alimentos pueden aumentar hasta un 50% en 2050. Pero, ya en 2011, la FAO advierte a la comunidad internacional que habrá tiempos muy duros, debido a que se espera una menor producción de alimentos.
El problema radica en que los fenómenos naturales y los efectos del cambio climático “reducen las posibilidades de tener un adecuado abasto alimentario y, por ende, no se logran abastecer las necesidades de la población de nutrición”.
Otros elementos juegan también papeles vitales, pero la realidad es que o la humanidad abre definitivamente sus ojos a la responsabilidad común con todo cuanto nos rodea, o la pobreza continuará hiriendo las entrañas de la madre tierra y lo que afecta aquí, es imposible que deje de sentirse allá, acullá y en todas partes de este mundo que nos cobija a todos y todas.
