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Los 14 millones del tránsfuga

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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El León andaba casando leales para su causa. Con su escopeta, llamada Presupuesto Selvático, le disparaba a   los fieles de otras manadas, sobre todo le encanta escogerlos  entre aquellos que, impulsados por las deudas, poseen todas las condiciones para ser seguidores incomparables.

Ordenó traerles  a sus  dos principales reclutadores: el Gatochocolate y el Gatomantequilla, dos come gallinas especializados en cazarlas hasta en el más zepelín de los vuelos.

Fingiendo estar bañados por el sudor, con pañuelos en sus patas, secándose los pelos de sus financieros   bigotes, llegaron a la Cueva del Reino.

— Generado majestad, León de nuestras ambiciones, ¿en qué podemos serles esclavos, hoy?

— Mis números no andan bien, mis queridos gatos, el ratón al mando de mi comunicación con la plebe selvática falla en todo, hasta los inútiles  animales que piden el 4 por ciento de todos los frutos para que le sea entregado a  los salvajes, lo han derrotado. Mi popularidad en la selva sigue cayendo, necesito más fieles.

— Bien, mi Generado –lo interrumpió Gatochocolate–, hemos recibido varios mensajes  de nuestro senador en la provincia Hatorey

— ¿De Mulotoyota?

— Ese mismo.

— Pero ese es muy leal a la camada contraria a mí, esos beben en otra laguna, pastan en otra sabana.

— Sí, Rey León, pero tiene una deuda de 14 millones de hojas y las ramas de sus arboles están secas, totalmente secas, como diría el  gallo, el ya bien muerto.

— Je, je, je, tráiganlo a ser súbdito del León. Je, je, je. Ese será fiel por mucho tiempo.

Días después Mulotoyota anunciaba su separación de la camada animal que durante tanto tiempo le había dado cobija y se amarraba al proyecto reeleccionista del León, se ata aunque sabe que es un proyecto muerto,  tan muerto que ya hiede, un muerto que como dice el ruiseñor poeta, no lo levantan ni con votos ni con botas.

Mulotoyota sintió la compañía de una desgracia: en la Selva él representa a una provincia pequeña, donde todos los animales conocen la traición de sus miradas y el olor de su mierda. Le estaba siendo difícil caminar entre los suyos y el sueño se le esfumaba como lluvia en verano…

Recordó haber visto al Burrovallero comer  hojas de maya para tranquilizarse, para soportar las palizas recibidas e intentó hacer lo mismo, pero los resultados no fueron tan alucinantes como lo había pensado. Ni durmió, ni se tranquilizó, al contrario,  seguía corcoveando, cada vez más acelerado. Por seguro, había una diferencia de ADN: el mulo es mulo y el burro es burro.

Su  tormento  inquietaba  a la selva,  corcovear todo el tiempo irrita las aguas de los ríos, seca las lagunas y los arroyos  y pudre con sus pisadas las nacientes hierbas. Mulotoyota entendió la imposibilidad de seguir como estaba,  necesario era  buscarles paz a su selvático  espíritu. Corcoveó un rato, intentó romper la soga con la que el León lo había amarrado, pero por precaución, Gatochocolate y Gatomantequilla la habían encerado, convirtiéndola, casi, en un cable de acero.

Llamó entonces a los animales  de su vieja camada y les imploró permitirles participar en una junta donde él pudiera explicar las razones que lo llevaron a convertirse en súbdito del León.  Burrovallero, para incrementarles sus tormentos, no le dio ninguna garantía sobre tan imprudente pedido,  pues ya él era un traidor que andaba con el bosar puesto, pero le aseguró hacer cuanto fuese posible para aliviar su pesada  carga…

Y fue exitoso: días después se encontraron en la laguna, bebieron agua y cubiertos por las sombras de los mangares, los 13 integrantes de la manada opositora al León empezaron a escuchar la explicación de su dolorosa mudanza:

— Ustedes, más que nadie saben cuanto se sufre cuando las ramas de nuestros árboles dejan de parir hojas, la tierra se seca, el agua se escapa y la falta de sombra se come nuestros lomos. Yo tengo unas deudas, contraídas con animales muy peligrosos, de esos que van y te tiran empalizadas para que tú jamás tenga acceso al agua y a la hierba, esa deuda es equivalente a 14 millones de hojas. Si no pago me harán salchichón.

Burrovallero se estremeció al escuchar la palabra salchichón. Recordó lo que los animales rojos de la provincia vegana le habían hecho a sus semejantes y se imaginó al Mulotoyota siendo atravesado por las sierras eléctricas, molido como albóndigas, empacado entre desechable plástico…

—Mulotoyota no es un traidor, Mulotoyota no es un tránsfuga, Mulotoyota es un deudor. Mulotoyota  hizo un negocio con un animal al que no puede obligarlo a  cumplir con lo pactado, hizo un acuerdo con un animal sin palabras, pero con aterradores rugidos y criminales dientes.

El León me ha prometido abonar mis árboles para que nazcan las hojas y aparezcan las sombras que nos calman, sin embargo, el período de siembra pasa y nada aparece. Aún así,  mi pacto  tiene un precio y yo debo pagarlo, debo llevar sobre mi lomo un árgana llena de traición, transfuguismo y reelección: tengo que respaldar al vomitado proyecto del León. Eso es lo que Mulotoyota quería explicarles a ustedes, mis viejos amigos, a quienes debo la posición  llevada sobre este endeudado lomo.  

Hago mi plegaria con la esperanza de conseguir entre sus corazones entendimiento. No reclamo perdón, pero por favor,  cambien esas miradas acusatorias y  líbrenme de ese tormento selvático que con tanta eficiencia pudre mi delicado paladar.

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