A continuación, DominicanosHoy ofrece un testimonio inédito de Fidel Raúl Ernesto, el hijo menor de Patria Mirabal. Corrían los días postreros de la primera intervención norteamericana en la República Dominicana, iniciada en 1916, cuando Patria Mercedes Mirabal vino a este mundo, el 27 de febrero de 1924.
Dos años antes, el hombre siniestro que 36 años después pondría fin a las preciadas vidas de ella y sus hermanas, se graduaba en la escuela militar para jóvenes dominicanos, instaurada por los ocupantes estadounidenses.
Los padres no dudaron acerca de cómo llamarla: Patria. Celebraba la nación dominicana el Día de la Independencia Nacional y no podía ser otro el nombre de la tan esperada primogénita. A su nacimiento siguió el de Bélgica Adela, (Dedé), el 29 de febrero de 1925; luego, vendría al mundo María Argentina Minerva, el 13 de marzo de 1926 y por último, Antonia María Teresa, el 15 de octubre de 1935.
Si se tiene en cuenta lo que ha dicho uno de los grandes de la literatura universal, Goethe, acerca de que cada cosa guarda relación con su conjunto, no resulta difícil entender esta asociación de infinito amor y respeto que unió a las Hermanas Mirabal en la vida y a tres de ellas hasta la muerte.
La única sobreviviente, Dedé, guarda en su corazón los más imperecederos recuerdos de sus hermanas, y de toda esa familia de paradigmas apellidada Mirabal.
Fidel Raúl Ernesto, el hijo menor de Patria
Mil novecientos cincuenta y nueve resultaría decisivo para el nacimiento y desarrollo del Movimiento 14 de Junio en el país. Fue también el año en que nació Fidel Raúl Ernesto, el más pequeño de los hijos de Patria Mirabal. Contaba un año y dos meses cuando tuvo lugar el asesinato de su madre y sus tías.
“He incorporado la imagen de mi madre en mi vida, a través de las vivencias de mi abuela y por medio de mis hermanos, tía Dedé y Tonó, la nana que nos cuidaba y quien vivió con nosotros muchos años hasta ser parte de la familia.
“Crecí sabiendo que no tenía mamá. Aprendí a verla en las voces y relatos de otras personas, todas las cuales coincidían en describirla como una mujer y madre ejemplar, solidaria con cuantas personas le rodeaban, no importaba quiénes fueran, si pobres o ricos.
“En realidad, no es fácil reflexionar en torno a algo que uno no tiene y que nunca ha tenido. En verdad existían, generacionalmente hablando, distancias con mis hermanos; por ejemplo, yo le decía mami a Noris. Nelson estaba entonces en la universidad en Santo Domingo. En ese tiempo compartía más con mis primos Manolito y Minou, hijos de Minerva y Manolo Tavares; Jacqueline, la única hija de María Teresa y Leandro y Jaime David, hijos de Dedé, quienes, en definitiva, son también mis hermanos.
“Me crié en ese ambiente y tengo la influencia de los tiempos que corrieron después de sus muertes. Posteriormente, también mataron a tío Manolo, cuando aún yoera muy pequeño, pero puedo evocar muchas cosas…
“La guerra del 65 me trajo de nuevo a casa de mi abuela, Mamá Chea, donde siempre disfrutaba de su compañía y la posibilidad de compartir con todos los de la familia.
“Al paso de los años, no puedo dejar de mencionar la sobreprotección de Mamá Chea y de mi hermana Noris. Yo era muy juguetón, siempre estaba haciendo travesuras, cosas de muchacho. Y ahí estaba el constante desvelo de mi abuela.
“Ella, Mamá Chea, fue ese tronco que nos sostuvo a todos unidos. Era el eje. Ante la ausencia de nuestras madres, desarrolló una fortaleza sin igual.
“Cuesta trabajo pensar que perdió a sus tres hijas y, sin embargo, pese a tanto sufrimiento siguió luchando con sus nietos y en medio de tanto dolor por aquel crimen, aún impotente por no poder hacer nada, nos inculcó el valor moral y nos enseñó a no guardar rencor, a tener el alma limpia. Fue algo tremendo y en eso insistió hasta morir.
“Nos decía siempre que el trabajo dignificaba. Que debíamos ser hombres de bien ante el ejemplo de ellas, de las Muchachas, como siempre las conocimos. Usaba refranes de gran contenido ético sobre la honestidad y los principios morales. Nos inspiraba a los mayores a ser ejemplo y a los chiquitos a parecerse a los grandes”.
Mami sabía el peligro que corrían
“Ya ahora, después de crecer, cuando reflexiono sobre ese crimen, pienso que mi madre y mis tías sabían que estaban sentenciadas. Era algo que veían venir. En cualquier momento se esperaba.
“Pero, siendo mi madre como era, solidaria y familiar, como yo la concibo dentro del contexto, me doy cuenta que ese día de su muerte fue con mis tías aunque sabía que estaba amenazada por el peligro, porque también las quería proteger y estar junto a ellas en las condiciones que fueran.
“Fíjate que los esposos de Minerva y María Teresa, tío Manolo y tío Leandro, estaban en la cárcel de Salcedo y habían sido trasladados a Puerto Plata.
Pero, a papi lo dejaron en la Victoria, donde mami había ido el jueves a verlo y a pedirle permiso para ir al día siguiente con Minerva y María Teresa a visitar a sus cuñados.
“En el pueblo se decía que las iban a matar. Mamá Chea repetía: El que ama el peligro, en el perece. Entonces, Minerva señalaba que si iba a morir por ir a verlos, pues que las mataran. “Mami fue a sabiendas de que arriesgaba su vida. En todo lo que significaba proteger a sus hermanas, ella estaba presente. Era la mayor y ejercía como tal. Mamá Chea confiaba y tenía mucha empatía con mami. Vivía orgullosa de ver cuántas cosas su hija mayor podía hacer.
“En mami, su dulzura era natural, muy propia. En esa comunidad a la cual se integró al casarse con papi, hizo que todos la quisieran y admiraran. Recibía catálogos y leía revistas y materiales que la mantenían actualizada con el desarrollo que tenía lugar en el mundo en esos momentos. Era de las más avanzadas, debido a su interés por todo. Life, Carteles, Bohemia, La Familia, Romances, Selecciones y muchos otros textos llegaban a la casa.
“Pero, si hay algo que reafirmar, es que junto a sus ideas artísticas estaban las políticas. Fíjate que cuando a mí me fueron a declarar en el Libro de Registros de nacimientos, ella quiso nombrarme así y que me signaran en el acta como: Fidel Raúl Ernesto, por el significado que estos nombres tenían para ella. Y mira qué cosa, los que me inscribieron no se atrevían a poner el nombre de Fidel. Era como decir una mala palabra. A mami no le importó. Ella decidió que me llamaría así. Entonces ellos pusieron F, dejaron el espacio y a continuación Raúl Ernesto.
“Yo me veo como una combinación entre mis dos hermanos en cuanto a los rasgos heredados de mami”.