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Los que roban el dinero del erario público, le deben a la Patria, la salud, educación y seguridad. No son dignos de verlos como dominicanos. No tienen sentimiento humano, con sus violaciones a la Constitución y leyes para su propio provecho. Sus perversidades lo titulan: ladrones de sus hermanos.
Necesitamos un derrotero basado en los valores de supervivencia, que las acciones con miras a fortalecer la vida de los dominicanos estén en práctica, una garantía viva, activa, de las actividades dirigidas a una nación feliz. La crisis actual tiene su origen en que no existen los valores que sostienen la vida, se ha eliminado la moral de las cosas. Hay un grupo que actúa de espalda a las necesidades justas de la mayoría. Este es el desafío. La necesidad de pregonar, exigir que queremos vivir en un sistema democrático. No en un sistema de tacita corrupción partidaria.
Yo me pregunto ¿estoy en un ambiente democrático saboreando un amargo vivir? Mi vida no tiene valor, he perdido mi derecho natural cuando se me niega vitalizar mi natura con un baño soleado en una playa.
Unidos los perennes hilos ocultos del poder y los pasajeros, seguirán como siempre sus acuerdos, con la razón perdida en la ley del apego, no se detienen a estudiar la historia de la humanidad que ha transitado las decisiones contrarias a las leyes de la naturaleza y se ha visto obligada por no tener otra alternativa a soluciones de grave envergadura. Me permito ir de soslayo al estudio más delicado de la profesión naval, algo acerca de La Toma de Decisión. En el arte de la batalla naval si introducimos a tiempo el racionamiento en el momento preciso en el análisis de la situación, no se pierde el combate. La eficacia crea la supervivencia.
En la situación actual debemos contestar con acciones de la moral de la razón, trabajar, exigiendo, evitando que se agreguen más eslabones a la cadena del nepotismo y corrupción, cuya longitud visible y oculta no permite medirla, pero sí la vemos en el déficit económico que incrementa la pobreza y el enriquecimiento de los protegidos por la impunidad.
Cuando un hombre hace un sacrificio por una visión, por su patria, o un ser querido, quiere decir, en primer lugar a la causa que él juzga digna. Este sacrificio está orientado al bien común. Dar pasos hacia la Patria que tiene que florecer y no yo. La ruta honesta de los hombres hace la nación próspera y el bienestar de la familia. No me engaño, el sacrificio de Duarte no tiene la resonancia viviente en el corazón y mente del dominicano. Salvo una mínima excepción.
Ser dominicano verdadero supone ver en el sacrificio no solo la obligación de dominarse, impuesta por deber, o entrever este complejo de amor de Duarte. Sino reproducir con entrega total la acción redentora del insigne patricio.
Hay sed de tener en la vida pública, directrices de hombres generosos de espíritu y magnánimos, esas formas óptimas de la nobleza. Vivir la templanza dominando las ansias egoístas, ladronas que esclavizan.
Un servidor del pueblo, con hechos no con palabras. Aplicar el arte de vivir bien, en respeto. Realmente tenemos que aprenderlo, tal vez el más difícil de todos. Sabemos que algunos lo aprenden desde jóvenes, otros envejecen y no lo supieron gozar, no lo aprendieron, hasta se van sin haberlo olfateado.
Si lo aprendemos y estamos en edad invierno, de seguro no tenemos nada triste al recordar el transito, al haber acuerdo con la naturaleza.
El autor es vicealmirante retirado de la Marina de Guerra.