Una fábula que por más de dos mil años ha navegado en las aguas de la inteligencia humana, cuenta que un Gorrión fue atrapado por un inesperado frío, tan feroz que amenazaba su existencia. Huyéndole al inesperado enemigo, iba cruzando las secas montañas de Afganistán cuando un viento congelado lo atrapó y cayó víctima del poder paralizador del hielo: le pidió clemencia al narco, pero allí no había padrino.
El ciclo de la vida acaba con el invierno y una vaca pasa y caga al aun frisado Gorrión. El calor de la mierda logra descongelarlo y al verse con vida el Gorrión empieza a cantar y a enamorarse para siempre de la que había tenido y de la que había perdido.
“Mi venganza es muy simple,
es vuelto a conquistarla,
y me ha causado sentimiento,
porque la quería con toda el alma”.
Bailaba y entonaba “es que nadie tiene este swing”. “Oh, viento congelado, como jugaste con mi vida, pero yo soy noble y perdón te di”… “Oh, muerte, vete, yo no voy a detenerte, vete y aléjate de mí”. “Y ahora, mis alas dan sonido”.
Un gato escucha al canto alegre del Gorrión y empieza a acercarse mientras le acompaña entonando con un “me gusta esa vaina”.
Al escuchar el canto del gato, el Gorrión se emociona con tal algarabía que bailando repetía insistentemente “yo soy el que sabe de esta vaina” y el gato le hacia el coro con su sabroso “¡nadie tiene ese swing!”
Mientras el Gorrión escuchaba “esas palabras que le hacían falta”, el Gato se acercó combinado olfato, sagacidad, vista y habilidad en la maña para saltar sobre él y comérselo. El Gorrión no tuvo tiempo ni siquiera de que lo invadiera la tristeza. El gato, celebrando su ágil movimiento, dando esos saltitos mágicamente combinados, maullaba: “¡envidiable!”
La moraleja es la siguiente: no todo el que te caga es tu enemigo y no todo el que te canta es tu amigo.
El gorrión del Palacio de El Jefe, quien aspira a que la mierda social descongele la reelección de la actual Constitución, tiene dos gatos cantándoles: uno detrás y otro delante y ambos, compitiendo por la carne y la pluma, melodiaban: “¡ay ven, ay ven…!”