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La metralleta apagada

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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En los días de abril de 1965, abrazó un fusil para defender el retorno de la constitucionalidad abortada con el derrocamiento del profesor Juan Bosch.

La metralleta que siempre tuvo disponible para expresar su indignación frente a la injusticia, la ineficacia, el desorden, el consumo de drogas y la corrupción, que no era otra que la de su lengua, lo proyectaba como un ser humano capaz de volver a hacer lo que hizo en la revolución para salir a defender sus ideas, pero entre sus grandes aportes al país está el de su aferramiento al juego democrático.

En Cuba se había posado una revolución triunfante en 1959 y miles de jóvenes en todo el mundo, pero de manera especial en los pueblos latinos de América, llegaron a pensar que podían reeditar ese éxito haciendo lo propio en sus respectivos países, por lo que no faltaron las empresas aventureras que condujeran a sus gestores al holocausto.

Desde la poltrona mediática Freddy Beras Goico fue un contenedor de las pasiones que conducían a la búsqueda del progreso y de la libertad por vías distorsionadas. A todas antepuso la de la palabra, no importa que en ese rol llegara a términos ásperos con quienes entendía que faltaban a su deber.

Son  innumerables los conflictos que se disuadieron con su respetada mediación, pero no era solo de los que exigían soluciones a la problemática social censurando la indiferencia de los gobiernos, sino que empleó su capital social para resolver  todo lo que pudo.

Cientos de niños, hoy adultos que desenvuelven sus vida con normalidad, renacieron en las acciones solidarias auspiciadas por Freddy Beras Goico, que les devolvieron la salud que afecciones de nacimiento les habían vedado.

Golpeaba y golpeaba las puertas de los más poderosos hasta que sus corazones se percataran de que era por ellos que se esperaba, con lo que nos ayudó a comportarnos como una sociedad más justa y solidaria.

Poseía dos formidables descargadores de emoción: el llanto y la risa, que si bien es cierto que no le evitaron una partida temprana como la que todos sentimos que se ha producido, junto con su fe contribuyeron  a que viviera más años de lo esperado después de la detección del padecimiento que lo regresa al seno de la tierra setenta años después de su nacimiento.

Por décadas estuvo situado como la figura de mayor influencia en la sociedad dominicana después de los tres grandes líderes, Balaguer, Bosch y Peña, lo que hizo que todos ellos, como lo trataron de lograr también Jacobo Majluta y Leonel Fernández, procuraran su concurso para la integración de una formula imbatible, y aunque a nadie le amarga el dulce, Freddy siempre supo buscar el pretexto adecuado para declinar las ofertas.

Siempre estuvo consciente que su contribución podía ser mayor desde el trono que se había labrado en los sentimientos de todos los dominicanos, sin distingos de banderas.

Nació y se cultivó en la fe cristiana que en los últimos años ejercitaba desde una óptica más apasionada, pero sumamente respetuosa de todos los otros puentes por los que los individuos transitan a su sitial  en el drama cósmico de la salvación.

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