Allá, en esa isla que ilusoriamente sigue compartida, preocupado por la caída estrepitosa de su popularidad y muy preocupado por el aumento creciente de la bien formada creencia que tiene el pueblo de que “en el gobierno todo es corrupción, todo es robo y ninguna cosa se ha librado del saqueo público”, el Presidente convocó a una cumbre de su equipo propagandístico, de ese que tiene como misión mantener bajo su influencia a la plebe quisqueyana.
Los asalariados llegaron donde el Mandatario para escuchar sus preocupaciones, tratar de entender sus conceptualizaciones llenas de análisis y colaborar, siempre por buena paga, con su plan para recuperar el beneplácito de la rebelde plebe.
En la memoria de todos quedó claro una afirmación: “todo empezó, el control lo hemos perdido a partir de junio…”. Cuando terminó el encuentro, uno de los asistente se le acercó al Ministro y le dijo: “Eso fue un boche a ti”. En el hogar de la corporación gubernamental se tiene la creencia de que el Ministro es un hombre de mecha corta, que explota rápido; y la frase “Eso fue un boche a ti” lo hizo estallar en llamas, tan ardientes como las que queman al acero.
Se trancó en su escritorio y se dedicó a recoger sus cosas mientras esperaba el decreto que lo cancelaba. Desde hace tiempo las relaciones vienen generando mareos, cuando se miran ambos saben que ya no quieren seguir juntos. El diario vivir fue agravado, terriblemente, cuando el Ministro publicó ese tormento sin sentido sobre la figura del play boy gringos: ¡no hizo su Agosto!.
Dicen que el Presidente, para nada, le gustó ese mamo y treta, que así lo calificaba, sobre todo cuando estaba llamado a ser un caso jurídico tan complicado, pero el Ministro lo hizo para tratar de salvarle la inminente caída a su amigo, el ex jefe de la policía. Y la derrota fue en doble cara: el libro no sirvió para nada y el jefe de la policía cayó.
Cuando ya tiene todo recogido, alguien le pregunta si va a renunciar y el Ministro, con su acostumbrada explosión, responde: “que me cancele”. Pero él, más que nadie, sabe que el Presidente no actúa así, que el Mandatario no cancela sin antes hacer que sus súbditos sublevados pasen por un periodo de ansiedad en el que la diarrea ni poniéndole tapón se le quite. Y de renunciar el Ministro se iría para su casa con la absoluta seguridad de que en el litoral morado no tiene para donde ir y de que en el sector privado no hay empleo, sobre todo para quien se va enojado con el Presidente.
Ahora está allí y la ansiedad se lo come. El Presidente sigue en su plan de recuperar su popularidad, de cambiar la percepción que sobre la corrupción pública tienen la plebe y sus líderes. Convoca entonces a otra reunión. Esta vez no ya con la cúpula sino con la gran masa de comunicadores, con la RED. Habla con sus bocinas, le explica la situación y le dice que no se preocupen mucho por el hecho de que no hayan cobrado en los últimos tres meses, que no es culpa del él, sino del FMI, pero que a partir de enero las cosas cambiaran.
Los muchachos de la RED salen convencidos pero no contentos: pasar una navidad sin dinero no es una cosa que tolere un dominicano, sobre todo si tiene empleo, aunque sea botella. El líder que permite eso pierde la fidelidad de su plebe. El Presidente más que nadie sabe de esa verdad y de sus dolores. Así que ordenó calmar a los muchachos de la RED e inmediatamente se regó el rumor de que todos recibirían “un regalo navideño”.
Pero el Ministro considera que la RED, hasta ahora, es su propiedad, muy privada. ¿Estando él en mala, de dónde va a salir el dinero y quién lo va a entregar? Milagro de la intriga: En el Salón de Danza Platea bailaba el rumor y aparecía el rumiante: La donación la entregará, por orden del Señor Presidente de la República, el distinguido Senador, quien sí sabe hacer agosto y quien sí sabe poner el papel de sanitario en su puesto.
Al que está en mala en la Casa Corporativa lo primero que se le hace es suspenderles las invitaciones. El Presidente, en medio de su fracasa campaña reeleccionista, va para Samana a inaugurar un acueducto, uno de esos que cuestan mucho y se secan pronto. Antes de que salga, el Ministro va y lo visita, quizás de cortesía.
—¿Todo bien?, pregunta el Presidente.
—No, no todo está bien, afirma enojado el Ministro y le reclama: “usted no debió haberme dado ese boche”.
El Presidente cuenta hasta diez, vuelve y cuenta hasta diez y vuelve y cuenta, esta vez hasta veinte. No quiere negar el boche, pero quiere arreglar sus efectos, por si en un futuro, ¿quién sabe? Ya está sosegado, tiene la respuesta, está seguro de que esa enredará al Ministro por un tiempo, que será bueno.
—Esa no fue la intención, le afirma complacido.
El Ministro vuelve a su escritorio, medita mientras patalea entre las cosas recogidas y le resurge el tormento:
—Pero lo que él hizo fue confirmarme que me dio el boche, aunque me “afirma” que no fue su intención, se comenta.
Sencillamente no sabe en que creer, duda hasta de su voz interior, sólo lo alimenta un axioma: al Presidente nada se le puede creer. Creerle al Presidente es entrar en un periodo de interminable agonía. Y el Ministro sigue allí, sintiendo el sabor a desprotección, añorando la presencia de sus padres para pedirles sus sanos consejos, sigue recordando y la memoria la abraza el hecho de que sus progenitores tuvieron un gran sentido de la responsabilidad y de que sin una buena enseñanza, sin leer folletos y sin tener títulos académicos eran gente con formación en valores, como él ha querido serlo.
El círculo palaciego disfruta la vomitadora interna de sangre. El Secretario del Presidente, que se oculta en su piel de noche, y que siempre ha odiado al Ministro, se comenta:
— Le esa rata su queso envenenado y tuvo que comérselo.
— Sin olerlo, susurró el principal guarda espalda del Presidente.
Y en medio de ese pataleo sin ojos en el que se desenvuelve el cabaret gubernamental, atormentadas en el mundo de mentiras, desenfrenadas en sus propios laberintos, se cuecen las almas de los hombres y las mujeres que disfrutan el verse morir por dentro.