René Pié inicia una serie de trabajos titulados “El lado humano de la pobreza” que presenta a sus lectores DominicanosHoy.com. El equipo de este medio de comunicación cuenta la historia de un día de trabajo de un vendedor de caña en la capital dominicana, con todos los detalles seguidos durante 12 horas.
En todo el día, René sólo pudo vender RD$250. En esa poca demanda de la caña podría estar la razón por la que los dominicanos han dejado ese tipo de negocio a los nacionales haitianos.
René Pie inició este día de trabajo como de costumbre. A las 7:00 de la mañana partió del garaje de un amigo donde la noche antes dejó su triciclo, luego de abastecerse del único puesto de caña que sobrevive en la zona, ubicado en la calle Moca de Villas Agrícolas, del Distrito Nacional.
Esta vez, René compró 40 cañas, que a RD$10 la unidad, le costó RD$400. Era una caña de tercera categoría, porque la de segunda cuesta RD$12 y la de primera RD$15, así lo deja bien claro el dueño del puesto de abastecimiento al mantenerlas separadas.
René espera la luz verde del semáforo y dobla de norte a sur, desde la calle Moca, para tomar la avenida Nicolás de Ovando.
A las 7:13 de la mañana, René arriba a la avenida Máximo Gómez, se desmonta del triciclo y lo empuja para cruzar la intersección con la Ovando, y gira a la izquierda mientras lo ataca en medio de la vía un agente de AMET que dirige un congestionado tránsito.
A las 7:17 René se monta nueva vez en su viejo triciclo, maltratado por el sobreuso y sigue su trayecto avenida Máximo Gómez bajando. Luego de recorrer varias esquinas toma la avenida Pedro Livio Cedeño hacia el Oeste, luego de pasar el semáforo en rojo.
Hace su primera parada en uno de sus puntos de ventas, situado en la calle Pedro Livio Cedeño con Ramón Cáceres. Allí con toda su calma pela varias cañas, la corta en tres y cuatro pedazos y las introduce en una fundita plástica que coloca en una tapa oxidada de abanico, la cual sostiene con soga de nilón una esquina del triciclo.
En la misma esquina del triciclo se conserva colgado un potecito plástico, cortado en la parte superior y que usa como vaso para tomar agua. Echó una mordida al sobrante de las cañas, como forma de probar si alguna estaba más dulce que otra.
En el centro del triciclo deposita el bagazo que extrae de caña al pelarla; lo mismo hace con los que dejan los clientes al succionarla. Algunos le señalan que la acción es poca higiénica, a la que René responde: “eso no e’ ná”.
A las 7:48 René agarra, con la mano izquierda, la parte superior del mismo lado de la camisa y se seca el sudor de la cara producido por el sol que empezaba a calentar. Mientras con la mano derecha sostiene el cuchillo con que pela la caña. Dos minutos después, a las 7:50 de la mañana analiza con una mirada el entorno y luego decide continuar la ruta, esta vez a mayor velocidad.
A las 8:00 René llega a la avenida Tiradentes, se seca nuevamente el sudor con la mano derecha y tras percatarse de que en esa vía el tránsito era escaso, pasa el semáforo en rojo y sigue su trayecto hacia el lado sur. A esa hora ya el sudor de la espalda se reflejaba en la camisa.
Diez minutos después, René hace su segunda para en la puerta del lado Este del Ministerio de Salud Pública. Hace su primera venta a un cliente habitual. A poco tiempo se mueve a la puerta principal de la avenida San Cristóbal, mira de reojo hacia dentro, como buscando a otro cliente y sin éxito decide continuar.
Son las 8:26 cuando al poco tiempo de incursionar con su triciclo en la avenida Lope de Vega, René consigue su segunda venta: un trabajador de un centro automotriz.
Seis minutos más tarde, el vendedor de caña ladea su triciclo cerca del parqueo de una agencia de cambio, se aproxima al negocio y al poco tiempo regresa para continuar su trayecto, porque no consiguió la persona que con frecuencia le compra su producto.
A las 8:35 toma la avenida San Martín, para en pocos minutos continuar su largo recorrido de Este a Oeste por la autopista Duarte. Siendo las 8:47 de la mañana se esconde detrás de un poste de concreto del tendido eléctrico y orina.
Luego se instala momentáneamente debajo del puente peatonal de la avenida Winston Churchill, donde hizo su tercera venta de un pedazo de una caña específica que un cliente le pidió. En ese lugar encontró un compatriota vendedor de tarjetas de llamadas, con quien entabl162 una conversación muy amena.
Pese al gran movimiento de personas en el lugar, René no refleja ánimo de ofertar su producto, como lo hicieron los demás haitianos que venden tarjetas, jugos, helados, maní y otros. Se le veía más interesados en encontrar una noticia o consejo sobre otro tipo de oficio para ganarse la vida.
A las 9:00 de la mañana, René golpea con la mano izquierda el sillín del triciclo, que lucía tan acabado como su dueño, en señal de preocupación, y no era para menos, había transcurrido dos horas y sólo había vendido RD$30.
René llegó de Haití a Republica Dominicana hace cinco años junto a su esposa Irene y tres hijos que hoy tienen edades de entre 13 y 19 años. De los cinco sólo él trabaja y además de la alimentación y las necesidades escolares, debe producir para pagar RD$2,500 de alquiler en el barrio El 13, de la autopista Duarte.
René tiene 49 años, de poco hablar y pausado, viste pantalón color kaki, camisa marrón con pequeñas estampas verdes y una gorra blanca de una reconocida. Lleva tenis viejo new balance. Vende caña desde hace varios meses, antes trabajó construcción con un ingeniero que terminó engañándolo, porque nunca le pago un centavo.
Luego de ver frustrada sus esperanzas de hacer buena venta, René, a las 9:40, decide con sus únicos RD$35 que hasta el momento había hecho, seguir su ruta y abandona el peatonal de la avenida Churchill, para instalarse debajo de un árbol que colinda con la pared del tanque de la CAASD, próximo al kilometro 9, donde llegó, luego de un breve saludo a un compatriota que vende jugos en el peatonal del kilometro 7 y medio de la autopista Duarte.
Visiblemente sofocado por el candente sol, René se mete la mano en el bolsillo derecho y saca un celular negro, limpia la pantalla con la camisa, como viendo si tenía alguna llamada perdida y luego vuelve a guardarlo.
A las 10:00 René traslada su triciclo a la parada de autobús situada como a 20 metros de donde se encontraba. Allí se encuentra con una compatriota haitiana vendedora de aguacate, esperando el autobús a quien le compró dos aguacates de RD$15 cada uno, entonces le quedaron RD$5, porque había vendido RD$35 de caña.
Siendo las 10:30, René sintió hambre, se acercó a otro haitiano que vendía jugos, le compró uno y un pan. Se acercó al triciclo y del fondo del vehículo extrajo un pote de agua, echa un poco del líquido al vaso con hielo y se lo toma.
Ese día a las 11:15, el sol ardía en la capital dominicana y el resplandor le produjo sueño a René, inclinó su barbilla contra el sillín del triciclo cubierto de una colcha espuma buscando echar una pavita, lo que fue imposible por el intenso ruido de los vehículos en la autopista Duarte.
A las 11:22, por segunda vez, siente deseos de orinar y enseguida lo hace detrás de uno de los árboles de la rotonda del kilómetro 9.
Al ver poco movimiento en el ambiente, René decide seguir la marcha y a las 11:30 se instala bajo la sombra de un árbol de Javilla que se encuentra frente al cuartel policial del kilometro 9, luego de hacer dos ventas por su paso por la parada de autobuses del Cibao. En ese lugar hace varias ventas más.
A las 12:00 del mediodía, cuando sintió el castigo implacable del hambre, René buscó entre el grupo de caña y extrajo del centro de triciclo una caña fina y nudosa (de la que pensaba podría rechazar la clientela) para comérsela.
Eran las 2:53 minutos de la tarde cuando René decide continuar su trayecto.
A las 3:08 se detiene en el kilometro 9 y medio y saca la basura de la caña que guardaba y la bota en un vertedero improvisado en la autopista. Ese momento lo aprovechó para orinar, por tercera vez, cerca de una pared que quedaba a un paso.
A las 3:35 René parquea su triciclo alrededor de la puerta Oeste de Carrefour, específicamente donde se inicia la calle Principal, junto al lado de un puesto de flores de unas paisanas.
Tras unas cuantas ventas, a las 4:30, René decide marcharse para hacer la última parada de su recorrido en el kilometro 13, donde le llaman “Los Mueblecitos”, porque por mucho tiempo en el lugar se ha vendido muebles de metal y otros materiales resistentes a la intemperie.
Al poco tiempo de estar allí, René consigue hacer una gran venta. No era para menos, allí se concentraba la mayoría de personas que venían y que al final del día tomaban el carro o el bus que los lleve a sus hogares, ya sea a Los Alcarrizos, barrios kilómetros 22, 24, 25, 28, Don Gregorio, Ciudad Satélite, entre otros.
A las 7:03 de la noche, cuando empieza a oscurecer y el movimiento de gente disminuye, René decide retirarse a su hogar, ubicado a pocas cuadras del lugar para al otro día volverse a levantar a las 5:30 de la mañana, reponer las cañas que había vendido ese día y volver a otra jornada de trabajo.