Dice un destacado comentarista que en la República Dominicana quienes integran las instancias del poder se multiplican y los que aspiran a las distintas posiciones oficiales y de primer orden se reproducen cada vez más.
Los medios nacionales de prensa refieren la cantidad de militares acusados de actos delictivos, da igual su rango y lo que a veces se considera noticia, ha dejado de serlo hace mucho, porque se conoce su esencia de sobra.
No es verdad que el camino sea “dejar que las cosas toquen el fondo”. El mal de la corrupción se ve como un deterioro cuya profundidad se acentúa y alcanza límites inimaginables.
Los “secretarios sin cartera” crecen en número y actúan sin funciones reales, esas que tanto requiere la población en todos los sectores.
Sin duda, la falta de educación, el déficit energético, las carencias de salud y de seguridad social son consecuencias de esa corrupción. Los recursos que se extraen de la mala gobernabilidad dañan desde adentro y su reflejo es la baja calidad de vida de la ciudadanía.
Se mencionan grandes presupuestos y préstamos internacionales, perdidos en un limbo que parece intransitable o ininteligible, sobre todo para quienes desean obtener respuestas precisas y concretas.
¿Pueden existir funcionarios públicos que vivan de sus honorarios, sin sostener barrilitos, ni fondos que se desvían sin justificación alguna? Ese sería el verdadero objetivo de una gobernabilidad sin tachas.
El poder moral del Estado y el deber moral del ciudadano se vinculan en estas reflexiones que tocan a la mayoría y, sin embargo, la entienden y abordan una minoría.