Hay que disponerse a dejar atrás dictaduras formalmente constitucionales pero esencialmente dependientes, excluyentes y empobrecedoras
al servicio de espurias élites sociales, políticas y militares, que de manera rapaz se han embolsillado un crecimiento económico y un progreso tan deforme como aberrante, generando de paso un universo de desgarrantes desigualdades y penurias.
Los partidos de la revolución de abril y el movimiento de militares constitucionalistas contrastan en bondades necesarias de la mugre política que ahora declina después de reinar por medio siglo, propiciando y beneficiándose sus cúpulas de la podredumbre establecida y el saqueo persistente.
El neo-trujillismo balaguerista y el padrinazgo estadounidense terminaron por infectar aparatos y cogollos del PRD-PRM, el PLD y sectores de izquierda que oportunistamente se les subordinaron después del desmoche sangriento; provocando su auto-degradación progresiva y la consiguiente declinación de un sistema de partidos e instituciones forjado en el siglo XX y maleado por esa larga y pesada contrarrevolución conservadora.
En verdad una contrarrevolución imperialista es mucho más que un monstruo de mil cabezas.
Los/as sobrevivientes físicos somos pocos/as. Los ideológicos, mucho menos.
Pero la epopeya de abril no es capaz de generar arrepentimientos en sus protagonistas leales, en sus sobrevivientes, que si bien no quedan tantos, por la indoblegable fuerza moral que emana de sus corazones, son suficientes para enlazar el combate contra el viejo régimen que se resiste a morir con el nuevo proyecto democrático que comienza a nacer asido al recuerdo estimulante de sus héroes y heroínas, ahora con modalidades de mareas verdes todavía difusas.
Estamos asistiendo al principio del fin de las fuerzas políticas e instituciones, que conformadas en el siglo XX y operando con sucesivas mutaciones, le dieron sustento y continuidad al régimen político montado en la segunda mitad de la década de los 60, justo al inicio de la post-guerra.
Son muchas las señales de putrefacción del orden institucional establecido y muy especialmente de la dictadura estatal unipartidista impuesta en sucesivas farsas electorales.
Promisoria, además, la oportunidad que abre el despliegue democrático de calle frente al sistema de corrupción e impunidad reinante. Es ya significativa la impugnación al régimen decadente en estas movilizaciones y en otras desobediencias civiles desafiantes.
La farsa duró más de la cuenta. Pero por fin la suma de acontecimientos y realidades potencian la necesidad de reemplazar su producto cada vez más degradado, generando un Poder Constituyente que cambie todo lo que merece ser cambiado.
Gran oportunidad
LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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