La República Dominicana aparece como uno de los países que más reformas ha hecho a su Carta Magna. Desde noviembre de 1844, la Constitución ha sufrido 38 modificaciones con la que se lleva a cabo en estos días.
Recordemos que la Constitución “es el conjunto de reglas fundamentales que rigen la organización y las relaciones entre los poderes públicos y fijan los grandes principios del derecho público de un Estado”; y que “el Estado dominicano nació en la vida jurídica, el 6 de noviembre del 1844, cuando se proclamó la Constitución dominicana en la ciudad de San Cristóbal”.
El tema de la “Reelección Presidencial” ha estado latente en los debates de una buena parte de las modificaciones a la Constitución y si bien han habido circunstancias en la cuales estos cambios han servido para dar pasos de avance social, por ejemplo, los que han tenido que ver con la igualdad entre hombres y mujeres para ejercer el voto; el relacionado con el fin a la Guerra de Abril, la reforma agraria y otras reivindicaciones de corte popular y social, también han existido las “torceduras históricas de la Carta Magna” que en nada la han beneficiado.
Si se tiene en cuenta que “la práctica es el criterio de la verdad”, y la historia es esa hoja de vida que nadie puede eludir, hay que rememorar que el dictador Rafael Leonidas Trujillo Molina reformó siete veces la Constitución, desde 1934 a 1960. Ulises Heureaux hizo tres cambios, durante los años 1881, 1887 y 1896.
Horacio Vásquez lideró 4 reformas realizadas en los años 1924 a 1929.
Sin olvidar que, entre 1854 a 1878, Pedro Santana y Buenaventura Báez llevaron a cabo 12 reformas, “casi todas alrededor del poder absoluto del presidente”, para disponer a su antojo del ejército, entre otros objetivos.
“Lo que fue está en lo que es”, dice el Maestro y si bien cometer errores es de humanos, lo trágico es reincidir sobre los mismos y no medir las consecuencias.
Sin consensos entre los partidos, con presiones, objeciones e intereses diversos, se desarrolla esta reforma constitucional en la cual cabe preguntarse ¿cuán representados están dominicanas y dominicanos en el intríngulis de sus debates?, y ¿hasta dónde beneficiarán los cambios al desarrollo educativo, la salud y el futuro, en definitiva, de esta nación?