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Cuando el amor se declaraba pisándose los pies

LA VOZ DE LOS QUE NO LA TIENEN ||
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De seguro que les resultará raro y provocará risa en alguno de los lectores leer que en una época de nuestra historia los hombres enamoraban o piropeaban a las mujeres pisándole un pie.

Igual que ahora, los jóvenes se declaraban el amor primero con la mirada  (dando cambios de luces), luego el hombre apoyaba fuertemente un pie sobre el de la mujer; y esto equivale a una declaración circunstanciada y formal. Si la mujer retira el pie y se queda sería, no acepta el ofrecimiento amoroso. Si se queda tranquila y el pisotón lo devuelve con una bofetada, acompañada de risa, acepta. Para completar el ritual, el hombre agrega la pregunta: ¿Quieres casarte conmigo?

Este tipo de costumbre y otros relatos sobre el estilo de vida del campesino dominicano a mediado del siglo XIX y comienzo del XX  la recoge Pedro Francisco Bonó en su obra El montero, que según el director del Archivo General de la Nación (AGN), Roberto Cassá, debe ser leída por todos los dominicanos, pues dio inicio al género de la novela en República Dominicana.

Esta novela es uno de los libros puestos en circulación  por el  AGN en la Cuarta Feria del Libro de Historia Dominicana. Es una obra, según Cassá, solitaria, al grado de que habría que esperar décadas para que aparecieran otras novelas en el país: Enriquillo, de Manuel de Jesús Galván; Baní o Engracia y Antoñita, de Francisco Gregorio Billini; La Sangre, de Tulio Cestero.  O las menos conocidas en la actualidad: Mi hermana Catalina, de Virginia Elena Ortea; En la copa del árbol, de Ulises Heureaux Ogando, o Madre culpable, de Amelia Francisca Marchena (Amelia Francasci).

A pesar de su importancia literaria, dice Cassá, El montero permaneció fuera del alcance de la generalidad del público lector. Apareció por primera vez en el Correo de Ultramar, de París, en 1856, aunque se presume que fue escrita en 1851. Describe una época en que el 90% del país era rural: sus protagonistas (galanes y doncellas) son campesinos. Narra la tradición del rezo obligatorio del Avemaría al caer la noche y la inmediata solicitud de bendiciones al patriarca por parte de los niños.

Habla de un tipo de danza llamada “fandango” en fiestas amenizadas por músicos profesionales  tocando el  “triples, “cuatros” (instrumentos de 12 cuerdas y alambres de sonido), güira y tambora. Se recitaban salvas y décimas en desafíos…

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