Los que amamos el tiempo de Adviento, sentimos una gran pena y con impotencia observamos la pérdida de una tradición que en otrora fue hermosa y participativa.
Al paso del tiempo hemos visto reducirse la verdadera fiesta de los cristianos, el canto de los villancicos, la celebración de la Misa del Gallo y el reparto por los rincones de nuestras viviendas del incienso y la mirra para despojar el hogar de las cosas negativas.
Ante el golpeo sistemático a las entradas económicas del padre dominicano, combinado con el desempleo y el descarrilamiento de una juventud que no alcanza a ver su horizonte, las navidades lucen tristes y pesarosas.
Algo se nos ha olvidado de la época más linda del año y es que la navidad es tiempo para compartir, limar asperezas y juntarnos en familia para desarrollar la agenda que tenemos por delante.
La navidad es el espacio propicio y el momento estratégico que nos brinda la Providencia Divina para decirle al prójimo «puedes contar conmigo».
La navidad y el Año Nuevo han de traernos más conciencia y más fuerza para luchar por un progreso y un cambio verdadero y pedirle a Dios el vigor y la fortaleza necesarias para alcanzar una sociedad de paz, justa, humana y sencilla y así dar por terminada la indiferencia y el sufrir de los de abajo.
Quienes aún tenemos nuestra mamacita con vida, aprovechemos este tiempo y una de estas mañanas y bien temprano, cuando ella se levante, acerquémonos y besémosle la mano y pidámosle perdón por los momentos de amargura que le hicimos pasar durante todo el año.
La navidad debemos rescatarla y convertirla en verdadero tiempo de alegría, reflexión, lucha y reconciliación.
Esforcémonos para que ella navidad sea por siempre pan nuestro de cada día, porque ella es amor y hermandad que fructifica la vida. Démosle, pues, el verdadero sentido.