Hace cinco años ya de la tragedia de Jimaní, y en estas mismas páginas se recordó lo sucedido aquel 24 de mayo de 2004, cuando decenas de víctimas fueron arrastradas por la crecida del río Solié.
Pero, mayo casi nos abandona con un saldo de inquietudes y angustias, sobre todo por las muertes que se han tenido que contar en esta ocasión, debido a las crecidas de los ríos y las más de tres mil 700 personas que han tenido que abandonar sus hogares y buscar refugio en casas de familiares cercanos o de amistades.
Las lluvias no se han detenido en gran parte del territorio nacional. Las autoridades han estado informando acerca de los efectos de la vaguada localizada en los niveles medios de la atmósfera, y aunque se observa una posible disminución de los aguaceros en las próximas horas, los peligros no dejan de ser crecientes.
Se trata de la saturación de los suelos por el exceso de precipitaciones y los posibles deslizamientos de tierra entre otros riesgos. Meteorología y el Centro de Operaciones de Emergencia (COE), mantienen el estado de alerta y avisos para las personas residentes cercan de los ríos, arroyos y cañadas en diferentes provincias.
Las inundaciones urbanas y rurales son otras de las afectaciones que sufre la población y todavía nos preguntamos, aunque signifique “llover sobre mojado”, ¿cuándo se dedicarán los recursos, no necesarios, sino imprescindibles, al arreglo de calles y a la solución de los drenajes fluviales, así como otras medidas que, como siempre, por carecer de ellas nos sorprenden con muertes y pérdidas irreparables?
La tragedia de Jimaní fue recordada y las entidades sociales realizaron actos religiosos y encuentros con la comunidad y parientes de fallecidos.
Ojalá no tengamos que conmemorar los aguaceros de mayo de 2009, con la misma angustia y luto que aquella madrugada del 24 de mayo, hace ya un lustro, cuando hombres, mujeres, adolescentes, niñas y niños quedaron sepultados bajo las aguas crecidas del río Solié.